Desde los tejados
Probando la sazón del Señor

<STRONG>Desde los tejados<BR></STRONG>Probando la sazón del Señor

Mirando nuestra vida familiar amenazada, la rebatiña por los puestos en los partidos del patio y su carencia de proyectos serios, la ligereza con la que se ha tomado las graves denuncias de corrupción y el estado caótico de nuestro tránsito vehicular, por citar sólo algunas muestras,  vienen a la mente dos palabras de la primera lectura de este Domingo (Proverbios 9, 1- 6): inexpertos y faltos de juicio. 

Pablo, en su Carta a los Efesios (5, 15- 20), parecería uno de nuestros obispos dominicanos en una Carta Pastoral: “Fíjense bien cómo andan, no sean insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no anden aturdidos, tomen conciencia de lo que quiere el Señor”.

No tenemos juicio si pensamos que vamos a progresar como sociedad, padeciendo la falta de respeto reinante en nuestra vida pública, por ejemplo en nuestro tránsito. La inmensa mayoría de los ciudadanos desea que la ley sea respetada a todos los niveles y que sean sancionados los que la rompan. Es una insensatez  resignarnos al dominio del irrespeto en nuestras relaciones ciudadanas. Ninguno de los Restauradores se resignó a perder la soberanía. Ante los días malos de la crisis, el país parecería andar como “aturdido”.

Somos insensatos, cuando buscamos un nuevo orden social con más de lo mismo. El país lo transformarán aquellos ciudadanos que propongan proyectos certeros y luego pongan el corazón donde pusieron la cabeza, reunciando al “búsquenme lo mío”. ¿Dónde adquirir esa sabiduría?

Desde el siglo III antes de Cristo, al contacto con la vigorosa filosofía griega, Israel aspiró a convertirse en un pueblo sabio y responsable, participando del banquete de la Sabiduría. Un banquete para “los faltos de juicio.”

Compartir la propia mesa es una muestra exquisita de amistad. Cualquier matrimonio dominicano te reprocha con cariñosa indignación: — usted no ha probado la sazón de nuestra casa–.     Hoy Jesús nos invita a su banquete, “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Probemos la sazón del Señor y llegaremos a ser sabios y sensatos a su manera. Así aprenderemos a vivir por él”.  Así, les daremos nuestras manos, a todos los que se afanan por elaborar proyectos válidos y luego los afirman con su carne y con su sangre.

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