Cuando el profeta Isaías quiso comunicar el despecho de Dios por su cariño no correspondido hacia Israel, escribió: Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, son los hombres de Judá, su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia, y ahí tienen: lamentos (Isaías 5, 1-7).
En una ocasión (Mateo 21, 33-46), Jesús, dirigiéndose a sumos sacerdotes y fariseos, les contó cómo un propietario plantó una viña, le prodigó sus cuidados, la arrendó a unos labradores y marchó al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus sirvientes para pedirles a los labradores los frutos que le correspondían. Pero los labradores apalearon, apedrearon y hasta mataron a algunos de los mensajeros del dueño, quien porfió en exigir lo suyo, siempre con el mismo frustrante resultado. Por fin, envió a su hijo, pensando a mi hijo lo respetarán. Pero los labradores agarraron al hijo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Contada su parábola, Jesús preguntó a los sumos sacerdotes y fariseos, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? La respuesta de estos líderes del culto y de la ley era de esperarse: Hará morir de mala muerte a estos malvados y arrendará su viña a otros que le entreguen los frutos a su tiempo.
Jesús no comenta la venganza del dueño de la viña. Se concentra en desentrañar el sentido de la muerte del hijo: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Luego anuncia que Dios privará de su liderazgo a los sumos sacerdotes, fariseos y al mismo Israel, para darlo a un pueblo que produzca sus frutos.
Finalmente, reafirma la perenne validez de la piedra desechada, el que caiga sobre esa piedra se estrellará, y si ella cae sobre alguno, lo hará pedazos.
Sabemos que Jesús fue crucificado por instigación de los líderes judíos y romanos. No ha ocurrido la venganza predecida por los sumos sacerdotes y fariseos. En su lugar, el Padre resucitó a Jesús, y Él nos saluda de paz.
¿Qué más puede hacer Dios para que nosotros, los labradores de su viña cambiemos?