En los evangelios, una y otra vez, Jesús de Nazaret dio muestras de una paciencia heroica hacia sus discípulos. En el evangelio de hoy (Juan 6,60 69) encontramos otro tipo de actuación de parte de El Maestro.
Jesús se presentó como el Enviado decisivo de parte de Dios. Muchos discípulos de Jesús reaccionaron así: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?. Más adelante leemos, desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Viendo que tantos se marchaban, uno esperaría que Jesús rebajase las exigencias de su mensaje para el menos mantener fieles a los Doce. Sorprendentemente, Jesús les preguntó: ¿también ustedes se quieren marchar?
El paciente y dulce Jesús no quiere seguidores por rutina, exige una decisión personal a partir de lo que ellos han visto y oído en sus caminatas junto a él.
En la primera lectura de la misa de hoy (Josué 24, 1 a 18) al entrar en la tierra prometida, Josué conmina a las tribus de Israel a definirse a partir de lo vivido: –escojan a quién quieren servir: a los dioses extranjeros, o al Señor que nos sacó de la esclavitud de Egipto–.
Que nadie se incomode cuando nuestra Iglesia le exija para bautizar, definir su posición respecto de la persona y del mensaje de Jesús de Nazaret. Jesús no quiso seguidores resignados, la Iglesia nos confronta con la misma pregunta: ¿también ustedes quieren irse?
Inicia otro año escolar, un nuevo gobierno empieza sus labores. Sacudamos la rutina y el cinismo. Derrotemos el indolente resignarse a más de lo mismo. Nos toca a todos definir desde el corazón lo que queremos ser, comprometer, aportar y exigir.
Ojalá podamos hacer nuestra la respuesta del apóstol Pedro: ¿a dónde iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.