DESDE LOS TEJADOS
Un Espíritu para discernir

DESDE LOS TEJADOS<BR>Un Espíritu para discernir

Despidiéndose de sus discípulos, Jesús les promete: “El Espíritu Santo, el Defensor, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe y les vaya recordando todo lo que les he dicho” (Juan 14, 23 – 29).

   Los creyentes en Jesús necesitamos un abogado defensor para defendernos  de nosotros mismos y nuestro afán de seguridad. Se sabe que todas las primeras comunidades cristianas provenían del judaísmo, donde se había practicado la circuncisión durante siglos. Después de la pascua de Jesús, la tentación era aferrarse a lo que ya se había practicado con seguridad por mucho tiempo y volver a imponer la carga de la circuncisión judía a los nuevos creyentes. Seguir sosteniendo que “si aquellos cristianos no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse” (Hechos 15, 1 – 19). Pero el Espíritu Santo les ayudó a separar la Buena Noticia de Jesús de una tradición que ya había perdido su valor. Ellos se atrevieron a decidir “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido a no imponerles más cargas que las indispensables”. Muchos cristianos nos cargamos con obligaciones secundarias y no asumimos las más importantes.  Antes que el compromiso con los amigos, está el compromiso con la esposa, con la familia, en primer lugar, porque cuando fallamos el tribunal de nuestra  conciencia desata mecanismos de autodestrucción. Por eso el Espíritu nos recuerda que “Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1ª de Juan 3, 20).

   Necesitamos un defensor, porque el mal, representado en la Biblia como Satán, es un acusador que socava la capacidad humana de hacer el bien, para perdernos (Job 1 y 2). En verdad, Satán  ha sido siempre un “homicida y un mentiroso” que pudiera enredarnos si no tenemos un buen abogado (Juan 8, 44).

    El mal y sus engaños nos impiden razonar con una cabeza serena. Jesús nos regla su paz en el Evangelio de hoy. “Mi paz les dejo, mis paz les doy: no se la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón y se acobarde”.  Un buen defensor, nos permitirá reflexionar en la verdadera paz, sin miedos ni angustias. Eso que llaman algunos  “la paz de República Dominicana”, es una fachada engañosa, que oculta desigualdades sociales hirientes y condiciones de vida espantosas para un par de millones de ciudadanos.  Nuestra “paz” no debe de llevarnos a la pasividad autocomplaciente. Siento la fuerza del Espíritu en este llamado reciente de nuestros obispos: “Son muchos los que perciben una cierta dejadez y parsimonia en el Poder Público y que echan de menos más dinamismo y acciones rápidas y eficaces ante los problemas que nos acosan. Estos, creados por nosotros, no se resuelven por sí mismos. Exigen para su remedio de la acción de todos”. (Mensaje, 27-II-10, No. 17).

    El Espíritu Santo también nos enseña a responder de manera novedosa a los desafíos inéditos. Los cristianos estamos llamados a unirnos a toda la gente de buena voluntad que exige campañas en las que se ventilen propuestas concretas y no reinados de belleza, ni apuestas en peleas de gallos. Finalmente, en este mundo agitado por errores, intereses y pasiones,  el Espíritu nos recuerda todo lo de Jesús de Nazaret. No andamos a la deriva, Él nos ha comunicado la palabra del Padre.

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