Desde los tejados
Un espíritu para la misión

<STRONG>Desde los tejados<BR></STRONG>Un espíritu para la misión

La Iglesia celebra hoy la fiesta de Pentecostés. La Iglesia ha recibido el Espíritu Santo para realizar la misión que Jesús le encargó. ¿Y cuál es esa misión?  Siguiendo el evangelio de Juan 20, 19 – 23,  podemos resumir esa misión en dos puntos: por una parte, perdonar pecados, y por otra, construir la paz.

La Iglesia ofrece a todos el perdón de Jesús y así nos ayuda a cambiar de actitud y acogernos a la misericordia de Dios para empezar una vida nueva. Discípulos y discípulas han recibido el Espíritu Santo para comunicarle al mundo, que nadie está irremisiblemente preso de sus ambiciones. ¡Todos podemos despertar a una vida diferente! Se nos ha dado el Espíritu Santo para construir una sociedad unida para poner en primer lugar el bien de los últimos.

Cualquiera que mire nuestra sociedad, reconocerá fácilmente cómo la ambición,  la irresponsabilidad y la corrupción nos tienen encadenados. Entre nosotros, diversos grupos, presos de la ambición, acaban de gastar millones y millones en una campaña por el poder y sus beneficios. Esa misma ambición tiene encadenados a líderes y partidos y los vuelve  incapaces de ponerse de acuerdo para resolver necesidades básicas como el agua o la salud de este sufrido pueblo, que pretenden representar. ¡Qué raquíticos los esfuerzos para construir una fuerza que venza nuestros terribles males, al lado de los años y millones gastados en campañas!

Cuando los primeros cristianos recibieron el Espíritu Santo, vivían en medio de divisiones de pueblos y lenguas. No se entendían, era como si vivieran una nueva torre de Babel. Pero con el Espíritu, “judíos y griegos, esclavos y libres” llegaron a formar un solo cuerpo mediante el Espíritu recibido en el bautismo (1ª Corintios 12, 3-7.12 – 13), una obra admirable del aliento del Señor (Salmo 103).

El Espíritu también nos impulsa a trabajar por la paz. La paz no nace de la violencia, madre de venganzas. Nuestro diario desorden destructor nace de nuestro desacuerdo y desconfianza. La paz brota de la justicia y del consenso, cuando todos reconocen como suya  una propuesta (Hechos 2, 1 -11).

Aquí habrá paz verdadera cuando venzamos la ambición y la desconfianza que nos paralizan, y nos impiden cumplir nuestros deberes con la confianza de que nuestro deber redundará en bien propio y de todos.

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