Desde los tejados
Un querer rompe exclusiones

<STRONG>Desde los tejados<BR></STRONG>Un querer rompe exclusiones

Los estudiosos de países como el nuestro, se sorprenden al descubrir que son sociedades de dos pisos. Basta describir el piso donde vive mi sector, la minoría que puede alimentarse,  vivir en un entorno agradable, acceder a servicios de salud adecuados, crecer intelectualmente, laborar en jornadas de trabajo exigentes, pero manejables, y hasta ahorrar.

En el piso de la mayoría, la cena no está segura, el espacio es compartido con los vecinos, sus radios, televisores, gritos, cantos y peleas, a veces superados por las bocinas del cercano colmadón. Las aguas negras y toda suerte de deshechos pelean por los mismos callejones tortuosos, trazados por la lógica absurda del abandono. El zinc corona casi todas las viviendas, calientes en verano, frías en nuestro invierno. Para curarse, hay que peregrinar y encomendarse al hospital público con sus limitaciones y héroes anónimos vestidos de blanco. Del pan de la enseñanza,  a los pobres les llegan migajas en aulas inadecuadas, donde el futuro del país avejonea en la tierra con sus camisas color de cielo, sus mascotas molidas en trapiches infantiles,  su hambre y su sonrisa invencible de acero desafiante.

Las mayorías pobres compiten por los mismos puestos de trabajo, que apenas tienen tiempo, confianza, y ganas de organizarse para comprender su situación, actuar  unidas y certeramente y asumir su cuota de sacrificios para vivir más humanamente.

Mientras tanto, en un piso seguirán viviendo lo que saben y pueden pero no quieren, y en otro, los que quieren, pero no saben, y hasta ignoran que pueden.

En Israel, los leprosos eran evitados y excluidos (lea el Levítico 13, 1-2; 44 – 46). Pero en el Evangelio de hoy, Marcos 1, 40 -45, Jesús se solidariza con un leproso, extiende su mano, le toca y  le cura.

En general, la minoría con poder de nuestros países huye instintivamente del pobre y de la pobreza como si fueran leprosos.

Marcos presenta a Jesús diciéndole al leproso tres palabras programáticas: “quiero, queda limpio”.

Si nuestros pobres se organizaran y cobraran conciencia de su situación, podrían tocar  con sus manos el presupuesto y cambiarlo. La fe puede mover a los profesionales a extender su mano y palpar el mundo de la pobreza,  así cambiará nuestra mente,  corazón, bolsillo y país. Tal vez al extender nuestras manos encontremos otras y podamos estrecharlas.

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