Desde los tejedos
Perdón es cuando Dios saca cuentas

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La mitología de la antigüedad contiene ejemplos de hombres y mujeres castigados por haber injuriado a los dioses o quebrantado sus designios. La Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento, también se hace eco de esa visión de Dios como alguien que castiga cuando está ofendido. Y sin embargo, la presentación más severa del Dios bíblico casi siempre va acompañada de un perdón generoso. 

El profeta Isaías recoge en su capítulo 43 la queja de Dios contra su pueblo: “tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel; me avasallabas con tus culpas”.  Pero, en el mismo pasaje,  Isaías también consigna la acción gratuita de Dios a favor de su pueblo: “Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”. Cuando Dios le saca cuentas a su pueblo y le pasa factura, ¡lo que hace es perdonarlo!

¿Cómo es el perdón de Dios?

Isaías lo compara con algo totalmente nuevo, como si construyeran un camino por el desierto, un río en erial, como si, por fin, se respondiera a la ignorada sed  del pueblo.

En el Evangelio de Marcos 2, 1-12 encontramos a Jesús perdonando a un paralítico. No aparece que el paralítico le pidiera nada. A causa del gentío, unos allegados lo descuelgan desde el techo, sin duda con su anuencia. Quieren acercarlo a Jesús y su fe conmueve al Maestro. Jesús le dirige esta frase: “Hijo, tus pecados quedan perdonados.” Lo trata de “hijo” para comunicarle su ternura y su solidaridad con su situación. Ofreciéndole su perdón, le devuelve de manera gratuita la amistad con Dios.

Comprensiblemente, la acción de Jesús suscita escándalo entre los escribas que le tienen por blasfemo, pues sólo Dios puede perdonar los pecados.

Jesús afirma categóricamente que Él tiene potestad de perdonar pecados y por eso le cura con estas palabras que resumen lo que es el perdón: “levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.”

Entre nosotros se perdona humillando, irresponsabilizando y concediendo privilegios odiosos y aislantes.  El perdón de Jesús  pone en pie al paralítico en su dignidad de hijo de Dios. Lo encarga de su camilla para responsabilizarlo de su historia. Y lo devuelve a los suyos para restablecer las relaciones, tal vez rotas, y ser él mismo fuente de reconciliación.

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