Desde los tejados
Cómo usan  nuestros panes y peces

<STRONG>Desde los tejados<BR></STRONG>Cómo usan  nuestros panes y peces

Uno aprende mucho andando con jóvenes. Reconocen sus fallos con una sinceridad que desarma al profesor más fiero: “llegué tarde a la clase, porque me quedé dormido”. Viven dentro de una burbuja musical. Muchos estudiantes se han desilusionado con el país y aspiran a visitarlo en navidades. Ya negocian con un primo de los “países” o un amigo que se quedó en Barcelona. ¿A quien le dolerá este pueblo pobre, cada día peor preparado para encarar, el petróleo celestial, la violencia salarial de algunos funcionarios y nuestro desorden, tan promocionante para algunos?

Ante un problema amenazante, la primera reacción es desentenderse, recurriendo a las soluciones individualistas, encubridoras e ineficaces.

En una ocasión, un gentío seguía a Jesús para escuchar sus enseñanzas. Pero se hacía tarde y estaban en despoblado. Los discípulos aconsejaron así a Jesús: “despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Pero Jesús les replicó: “No hace falta que se vayan, denles ustedes de comer” (Mateo 14, 13 – 23).

¿No será ése uno de nuestros grandes retos como educadores: suscitar en los estudiantes la responsabilidad hacia este multitudinario pueblo pobre?  Los educadores de estudiantes pobres podemos, en primer lugar, escuchar su propia palabra,  ayudarles a comprender su historia, luchas y valores,  proveerles de herramientas para  conocer el origen de su pobreza, desmontar muchas alienaciones falaces y ensayar soluciones. 

A los estudiantes con recursos podemos facilitarles experiencias de interacción directa con el mundo de la pobreza y los cuestionamientos emergentes.

A todos podemos motivarles para que se organicen y capaciten para participar en la vida pública. Desentenderse es parte del problema. La pobreza nacional y la más elemental solidaridad humana nos interpelan y nos conminan, a ocupar nuestro puesto en esta lucha larga y noble.

Que ciudadanos y estudiantes averigüemos cómo se están usando nuestros pocos panes y peces y qué hemos de hacer para multiplicarlos en bien de todos.

Mientras tanto, al caer cada tarde, nos avergonzará más esquivar su mirada, mientras despedimos al gentío pobre para que coma el que pueda.

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