Desde Miami

Desde Miami

TIBERIO CASTELLANOS
Era el final de una conversación que el mayor Prats sostenía con mi padre y unos amigos suyos en su despacho de la Fortaleza de La Vega. Era el año 1947 y a mi me estaban “soltando” después de tres meses de cárcel en la misma fortaleza. Un guardia me había traído a la presencia del mayor, quien oficializaría mi puesta en libertad.

No hubo más palabras sobre el tema de los ladrones pues el mayor, con muy buenas maneras, comenzó a aconsejarme. No hubo amenazas veladas en su exhortación. Recuerdo me dijo que sabía de mi facilidad de palabras y que yo debía utilizar ese recurso para abrirme paso en la vida. Claro, aunque no lo dijo, se refería a que yo pronunciara discursos trujillistas.

Yo tengo un recuerdo agradable de ese oficial del Ejército de Trujillo y recuerdo esas palabras, dichas sin ningún asomo de sadismo ni de odio. Tal como las palabras de alguien que practicara una cierta medicina social: “…y tantos ladrones como nosotros hemos matado”. Parecía referirse a ese tipo de delincuentes que llamábamos (no sé si todavía) rateros. (Supone usted, que entonces, también había otros ladrones, además de los rateros, yo también, pero quedémonos aquí). Se había establecido darles tres chances a estos pobres delincuentes. Yo recuerdo haber oído al llevarse preso a alguno de ellos, de Pimentel para la fortaleza de San Francisco de Macorís, decir a la gente, “éste no vuelve, es la tercera vez”.

Aquellas medidas no acabaron con este tipo de delincuentes. Pero, ciertamente, redujeron al mínimo su número y fechorías.

Analicemos ahora algunas de las circunstancias que hacían posible, entonces, el relativo éxito de esta política social. (Digo esto, porque seguramente usted estará pensando si esta misma medicina podría ser útil hoy). Estamos hablando de la década del cuarenta. Fue a principios de esos años cuando escribió Pedro Mir: “con dos millones suma de la vida”. Fue en esos años, cuando al final de un censo nacional, frustrado por la poca cantidad de gente que vivía en el país que él mandaba, Trujillo ordenó al licenciado García Bonnelly, director de la Oficina del Censo: “agréguele un millón de habitantes”. Digamos que en el año 1947, la población dominicana andaba entre los dos y los tres y medio millones de habitantes.

Creo que esa realidad, la escasa población del país y por consiguiente lo conocidos que éramos unos para otros, viviendo en pequeñas ciudades, facilitaba mucho cualquier trabajo policial. Si usted quiere, agregue la eficiente disciplina de civiles y militares al servicio de la dictadura. Y concluya recordando, que entonces, en países más desarrollados se hablaba poco de derechos humanos. En nuestro país nunca.

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