Desdoblamiento del trujillismo

Desdoblamiento del trujillismo

El premio nacional de novela 2009 de la Secretaría de Estado de Cultura fue otorgado a la obra “A la sombra de mi abuelo”, publicada bajo la firma de Aída Trujillo Ricart. El premio es legítimo ya que fue otorgado por un jurado seleccionado y pagado por el Estado dominicano, con disfrute de todos los poderes para emitir un juicio inapelable. Como puede deducirse, a quien se atribuye el libro es nieta del tirano Rafael Trujillo Molina.

Tan pronto como se publicó la noticia sobre dicho premio, las protestas de algunas organizaciones empezaron a surgir porque una de los Trujillo estaba siendo galardonada por el gobierno peledeísta. El Secretario de Cultura respondió a las quejas mediante un espacio pagado en la prensa nacional. Daba a conocer la plena libertad para juzgar que siempre tienen los intelectuales que prestan servicios calificadores a ese ministerio. Y eso hay que creérselo a José Rafael Lantigua porque es la pura verdad.

Pero ahora el Ministro sugiere que las velas de la nave del jurado pudieran ser arriadas debido a la borrasca generada por el libro estructurado por la Editorial Norma. Quizás muchos no saben que la primera recomendación editorial fue que la obra no tenía calidad para ser impresa. La versión original tenía cien páginas más que las que, en definitiva, fueron publicadas. Pero la Editorial Norma calculó que “Trujillo vende”. Y no se equivoca. Le entregaron entonces el manuscrito a su editor en jefe para que la adecuara a “los gustos del mercado”. El producto de ese chapeo bajito, hecho sin que la firmante influyera al respecto, fue lo que se publicó y dio margen al jurado calificador de la Secretaría de Cultura para premiarla. Nadie les dijo a los jurados Jorge Luis Volpi Escalante, mexicano; Manlio Argueta, salvadoreño; y Roberto Marcallé Abreu, dominicano, que el tema Trujillo estaba proscrito para los premios.

Imposible, alegarían muchos, porque en República Dominicana existe desde hace tiempo una intensa campaña de restauración de la imagen del tirano a través de obras que han sido financiadas hasta por el gobierno dominicano. Mucho más motivo habría para quejarse por las obras recientes de Euclides Gutiérrez, Fernando Infante, Juan Daniel Balcácer y José Chez Checo, además de los persistentes esfuerzos anteriores de los ya fenecidos Mario Álvarez Dugan, Ramón Font Bernard y Aliro Paulino. Sorprendentemente, en esos trabajos no hay una sola sugerencia en la que los escritores hayan incriminado a alguien como autor, testigo o espectador de los crímenes, las torturas, los robos y las violaciones que llevó a cabo Trujillo con sus adláteres. Lo narrado por esos intelectuales acontece como si la tiranía hubiera tenido lugar en un vacío espacial, aséptico y absolutamente silencioso. En sus obras no se escuchan los alaridos de las torturas, ni se percibe la viscosidad de una sangre hedionda producto de las más terribles torturas. Para cada una de esas plumas profesionales, los criminales y torturadores trujillistas son apenas mecanismos políticos. Nada diferente ha hecho la nieta del sátrapa sino, santificar a su criminal abuelo.

Aprendamos la lección que nos da este premio de novela. Si Trujillo es hoy presentado como un magnánimo ser que nunca hizo daño es porque los trujillistas no fueron sancionados por sus crímenes. Gutiérrez, Infante, Balcácer, Chez, Álvarez, Font y Paulino, para mencionar algunos, nunca se atrevieron a maquillar la imagen del tirano en los años inmediatamente posteriores a su ajusticiamiento. Algunos andaban huyendo o escondiéndose por su evidente complicidad con la tiranía desde puestos congresionales, de espionaje, de propaganda o de denuncia política. Los evadidos cómplices de la tiranía, civiles y militares, se reintegran triunfantes a la sociedad dominicana sólo después de la invasión militar de Estados Unidos en 1965. Obtienen entonces la impunidad absoluta al imponerse a Joaquín Balaguer en la Presidencia de la República. Sin olvidar que esa violación a la soberanía nacional fue apoyada también por los que habían ejecutado al tirano y que, en la práctica, resultaron ser tan perversos como aquel que ajusticiaron.

Conclusión: el premio debe ser entregado tal como decidió el jurado. No se puede fingir anti-trujillismo para condenar una novela mientras se es fiel imitador de la política del peor trujillista: Joaquín Balaguer.

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