Desde que el mundo es mundo el hombre ha pretendido descifrar el futuro. En la antigüedad se recurría a la consulta de augures, brujas, videntes. En algunos templos griegos y romanos tenían asiento los portadores del oráculo: aquellos que transmitían las respuestas de los dioses a las preguntas de los mortales sobre el porvenir. Oráculos prestigiosos hubo en Delfos, en Dódona, en Olimpia. Las pitonisas hacían las revelaciones tras alcanzar el trance o éxtasis. Los profetas del Antiguo Testamento: Elías, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Amós, pronosticaron a los hebreos su doloroso futuro. Todas las culturas comparten parecido interés por penetrar el futuro.
En este punto las diferencias entre culturas y épocas, radican únicamente en los métodos para “levantar el velo” del futuro. Se pueden leer mensajes premonitorios en las nubes, en el agua de una redoma, en una bola de cristal. En Santo Domingo, se lee la taza después de haber bebido café; también las barajas españolas tienen clientes en todas las clases sociales. Las sacerdotisas haitianas, llamadas “las mambó”, son consultadas todos los días, sobre todo en las zonas fronterizas. Los horóscopos de periódicos y revistas atraen numerosos lectores. Los astrólogos no han perdido influencia en el súper-avanzado mundo digital.
En la Cuba revolucionaria de Fidel Castro, han concedido recientemente permiso para ejercer la cartomancia, esto es, lectura de cartas. En la vecina Antilla mayor ejercen su ministerio centenares de “santeros”. Los babalaos del culto yoruba no han dejado de operar en ningún momento; ni en tiempos de Batista, ni bajo el régimen de Fidel. Marxistas revolucionarios y conservadores liberales, pueden encontrarse en la puerta de la casa del babalao. Desde la época de Homero, hasta nuestros días, puede decirse que “todo sigue igual”.
En los tiempos que corren, la “futurología” la practican: sociólogos, economistas, filósofos, cosmólogos, ecologistas, estadígrafos. Todos intentan saber cómo será el mundo dentro de treinta años, como se organizará el tránsito en las grandes ciudades, si tendremos agua el próximo siglo; o si el deshielo anegará grandes porciones de la tierra. Los viejos historiólogos -San Agustín, Vico, Hegel, Marx, Toynbee-, están “de capa caída”. Antes queríamos saber si los noviazgos durarían, si las clases bajas gobernarían; ahora se profetizan cambios planetarios.