En Navidad abundan tanto como los borrachos impertinentes, los tapones, los bombillitos de colores, el puerquito asao, la falsa caridad de los políticos y, por supuesto, la resaca interminable y el tufo delator. Y es que los deseos de año nuevo son parte de la tradición navideña, nos permiten ser generosos con los que amamos y nos importan, pero también con nosotros mismos, nuestras metas por cumplir y sueños por realizar. Desde luego, la mayoría de esos buenos deseos no llegan a materializarse, pero eso no impide que el próximo fin de año volvamos, con mas fe, a desear lo mejor para nosotros y los que nos rodean, bien se trate de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, el país, o el partido. No tengo dudas de que fue contagiado por esa “tradición navideña”, exacerbada por el ambiente festivamente “pascuero” que reinó en el encuentro que sostuvo con la dirigencia del PLD en el Gran Santo Domingo, que el expresidente Leonel Fernández proclamó que el 2017 será el año de la reactivación del PLD, cuando esa organización asumirá “efectivamente” el rol para el cual fue creado. Nadie va a discutirle al doctor Fernández que el PLD es la organización política con mas éxito, electoralmente hablando, que ha tenido el país a lo largo de su historia, ni que “perdió parte de la calidad, la disciplina y el respeto que fueron siempre sus principales credenciales”, pues son cosas que están a la vista. Pero ni los mejores deseos de año nuevo van a devolverle lo que se quedó en el camino en el proceso de convertirse en un partido de masas, y un hombre tan leído como el doctor Fernández debe saber que los procesos no se devuelven. El PLD nunca volverá a ser lo que fue en sus primeros años, antes de que sus dirigentes, “felices e indocumentados”, dieran el salto dialéctico de la chancleta a la yipeta, pero no se porqué tengo la sensación de que a la mayoría de los peledeístas eso ni les preocupa ni les mortifica sino todo lo contrario.