Desequilibrio en la aldea global

Desequilibrio en la aldea global

La reducción virtual de las distancias por la comunicación electrónica provoca una distorsión en la percepción del mundo que lo hace aparecer más pequeño y compacto. La heterogeneidad de lo macro, demasiado palpable, se desvanece y así el conjunto nos parece más estable. En las aldeas la ley del isoformismo es incuestionada. De esta o de alguna otra forma explicamos la sensación de solidez y equilibrio en el planeta tierra.

La sensación de equilibrio estático se robustece aún más por las limitaciones de comprendernos temporalmente como personas y sociedades que cambiamos de un estado a otro en cuanto de lo anterior pasamos a lo posterior. Parece que el cambio es mínimo.

Esta vivencia experimental de estabilidad permanente es falsa. La aldea global siempre está en desequilibrio. Un barrio de ella, América Latina, parecía condenada en los sesenta a la tranquilidad de la tranca dictatorial; en los ochenta a la de la democracia automática; ahora a la del vértigo del final de un viaje narcoinducido. En realidad todo fluye tras la ilusión de equilibrios estables.

También la economía global se mueve en busca de nuevas situaciones de equilibrio pasajero. Pero ahora el ritmo de cambio cobra fuerza. New York, el City Hall de la aldea, está nerviosa por la decadencia de su dólar y de sus exportaciones; Eurolandia, el barrio elegante, teme que el euro se convierta en su némesis comercial; el barrio chino se expande y los barrios marginales de Africa y América Latina duermen sin soñar.

Pero en concreto, ¿cuáles son las causas globales de este inquieto equilibrio? Creo que presenciamos un cambio mayúsculo en la importancia protagónica de China y de India, para abreviar la letanía de las economías emergentes, y que Estados Unidos se aferra a su ingente poderío militar para imponer un nuevo orden económico basado en sus todavía grandes pero decrecientes ventajas comparativas de índole tecnológica y financiera.

[b]1. EL NUEVO MAPAMUNDI GLOBAL[/b]

Llevamos medio milenio de palpable protagonismo mundial «occidental», europeo primero, norteamericano ahora. Después de quinientos años de experiencia hemos llegado a la conclusión de que el trabajo, la tecnología, las religiones, los arreglos institucionales y, por supuesto, la violencia son, tal vez en ese orden, el principal paquete causal de ese protagonismo.

Lentamente el dominio económico basado en aplicaciones de descubrimientos y técnicas de origen occidental está pasando a países que en otro tiempo también fueron dominadores: Japón, China, India, Corea. Las tasas aceleradas de crecimiento del producto y de las exportaciones e importaciones modifican visiblemente el mapa del comercio internacional.

Las exportaciones de China, muchas de ellas producto de inversiones directas del extranjero, por valor de 380,000 millones de dólares, la sitúan en quinto lugar mundial. Sus importaciones, particularmente de petróleo 9,800 millones de barriles diarios ascienden a 370,000 millones de dólares anuales.

India, con exportaciones industriales y de programas computacionales, compite por los primeros puestos del comercio internacional. Los éxitos comerciales de Corea y de Taiwán son también muestra de los nuevos flujos dominantes del comercio internacional. Asia afirma cada vez más, con o sin crisis financieras, su creciente importancia en el mapa global.

Los historiadores económicos no están seguros de la permanencia a largo plazo de este crecimiento asiático. Existe ya suficiente experiencia para atribuirlo a la explotación sistemática y ampliada de los grandes descubrimientos hechos en Europa y los Estados Unidos. Es probable que países como China e India que han comenzado su desarrollo y crecimiento económico tardíamente, tengan todavía varias décadas de vertiginosa expansión. Hay más dudas sobre la capacidad de estos países de poder desarrollar tecnologías radicalmente nuevas como lo han hecho Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. El estancamiento de Japón y la relativamente lenta tasa de crecimiento de Europa y los Estados Unidos, robustecen la hipótesis de Kondriateff sobre ciclos largos de setenta años posibilitados y limitados por el aprovechamiento de descubrimientos innovadores como la energía de vapor, la electricidad, los plásticos, y la energía nuclear. China y la India posiblemente no soportarán cincuenta años más de expansión. Pero durante esos años el flujo internacional de mercancías modificará radicalmente el mapamundi del comercio.

De hecho, en el campo financiero seis países asiáticos Japón, Corea del Sur, China, Taiwán, Hong Kong, India tenían en conjunto 1,657,000 millones de dólares de reservas en el 2003, un aumento de 548,000 millones sobre el año 2002. Estas reservas se mantienen principalmente en bonos de la tesorería de los Estados Unidos. La dependencia financiera norteamericana respecto a esos países es incuestionable. Nueva es también, después de la desaparición de la zona de dominio de la libra esterlina, el nacimiento de una moneda de reserva competitiva del dólar, el euro.

[b]2. ¿DECADENCIA NORTEAMERICANA? CONSUMO Y OCIO.[/b]

El aumento comparativo de la tasa de crecimiento de la productividad por persona de la economía norteamericana en el 2002 rompe, como señala la OIT, una larga tendencia de más de 50 años de inferioridad (2.6%) respecto a las de Japón (8%), Alemania (4.3%) e Inglaterra (2.8%).

La medida de la productividad marginal por persona para la totalidad de una economía es a lo sumo un indicador de la realidad. Mejor es medir la productividad por hora de trabajo. Porque resulta que la preferencia por el ocio en los países desarrollados es evidente y de magnitud inesperada. Según la OIT (Trabajo, septiembre 2003) el número de horas anuales por trabajador es altísimo en Corea (2,447 horas), alto en los antiguos países socialistas (1980 horas en la República Checa y en Eslovaquia, alto y estable en los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelandia (alrededor de 1,800 horas); y sorprendentemente bajo en los países escandinavos (Noruega: 1342; Suecia 1581); en Alemania (1444 horas) y Holanda, el país récord del «ocio» (1320 horas).

En realidad, la productividad por hora trabajada sitúa a Bélgica, Francia y Noruega por encima de los Estados Unidos desde 1990 «mostrando así que parte de la distancia existente entre los Estados Unidos y Europa se debe a la diferencia de horas trabajadas». Otra buena parte queda sin determinar, pues las comparaciones usan el método del producto per cápita medido en una canasta de bienes y servicios básicos de los Estados Unidos, y es cosa sabida, pero por si acaso lea el capítulo 19 de Landes en la Riqueza y Pobreza de las Naciones, que la calidad de viviendas (no de su espacio), seguridad social, vestido y varios bienes de consumo duradero como automóviles, es diferente en Europa y Estados Unidos (siempre como promedio).

Evidentes son dos cosas: una, sabida, el consumismo de los hogares norteamericanos facilita déficits fiscales y cambiarios al resistir impuestos y restricciones a las importaciones, remitiendo para su financiamiento a los países ahorradores de Asia y al lavado de dinero de los corruptos privados y públicos de todo el mundo; la otra, menos conocida, es la acelerada disminución, fuera del núcleo de países sajones, del número de horas trabajadas.

Por simple deducción, es patente el esfuerzo tecnológico que el resto del mundo desarrollado tiene que hacer para mantener o apenas aumentar su bienestar material. En primera aproximación estos países están compitiendo exitosamente en tecnologías de punta: ingeniería aeronáutica civil (Airbus contra Boeing); cohetes espaciales (Adriane versus NASA); telefonía móvil (Nokia Motorola); sistemas de navegación, trenes superrápidos… Más que tecnológicas, las grandes ventajas norteamericanas han sido empresariales y financieras.

[b]3. LOS BARRIOS MARGINALES DE LA ALDEA GLOBAL[/b]

Nada suele ser más difícil de olvidar que la derrota y la injusticia sentida, sea real o interpretativa. Sobre todo en el barrio marginal latinoamericano se dedicó más tiempo a cavilar sobre la hondura de nuestros males que a enfrentarlos en el campo donde fuímos derrotados: el tecnológico. La teoría de la dependencia ha contribuído más a nuestro fatalismo que a la superación de nuestros males como Fernando Cardoso, uno de sus grandes profetas, tuvo que reconocer al llegar a la presidencia de Brasil.

El colonialismo, la inversión directa extranjera, el Fondo Monetario, el imperialismo yanki, la humillación de una integración forzada, merecen ser recordadas como muestras de que la fuerza y no sólo los mercados son responsables de nuestro atraso.

Japón y China no han olvidado jamás al almirante Perry o a las guerras del opio. Pero prefirieron, después de breves o largos años de resistencia inútil, conservar esos recuerdos como motivación de su lucha por el dominio de la tecnología. Pearl Harbour y la Revolución Cultural testimonian la hondura de los malos recuerdos, pero no descuidaron ni la educación y tecnología «occidentales», ni las imprescindibles inversiones directas extranjeras. Como formuló Morishnima, el microeconomista japonés de la London School of Economics, el éxito de Japón se basó en conjugar historia y cultura confucianista trabajo, tradición, nación con tecnología occidental.

Hay cosas que ni se pueden ni se deben olvidar, como expresé antes. Lo que no se debe hacer es concentrar todo el potencial afectivo en rumiar y reproducir sentimientos de ira incontenible. Cuando la ira histórica o ideológica domina nuestra existencia, nos hacemos pueblos infecundos. Más importante que recordar el pasado es comenzar a usar los medios para que el futuro sea distinto. El camino pasa por el trabajo, por la tecnología y por la claridad de metas viables a largo plazo.

[b]4. EL EURO[/b]

El euro figura ya en el horizonte financiero del mundo. Una quinta parte de las reservas mundiales son documentos financieros expresados en la moneda de la Unión Europea. La importancia relativa del dólar ha disminuído.

Los economistas solíamos atribuir este tipo de fenómenos al funcionamiento de los «fundamentos»: la productividad, la tecnología, el trabajo. De esta regla se excluye a los países en desarrollo débilmente institucionalizados, donde los desequilibrios fiscales deciden en última instancia la tasa de cambio y la emisión monetaria.

No podemos atribuir la debilidad del dólar a los fundamentos; sí a los déficits fiscales, al consumismo y a una poco inteligible política armamentista. ¿O hay algo más? Puede que sí.

El trabajo y la tecnología son iguales o mayores en los Estados Unidos que en Europa, aunque la distancia tecnológica sea ya mínima. Una simple hipótesis sugiere que muchos hombres de negocios europeos que antes eran auténticos empresarios hastiados de un mundo económico eficiente pero súper regulado han emigrado de inversiones directamente correlacionadas con el mundo real a inversiones especulativas financieras asegurables, al menos parcialmente, contra riesgos. El carsima empresarial, diría Max Weber, se rutiniza. Por la laxísima práctica fiscal de los Estados Unidos, tan intransigentes en exigir de otros lo que ellos dicen pero no hacen, los riesgos cambiarios y financieros del dólar no son despreciables. Quizás por ahí se expliquen preferencias relativas en favor del euro.

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