Deserción y eficiencia en la educación superior

Deserción y eficiencia en la educación superior

La educación superior de la República Dominicana experimentó un singular proceso de expansión a partir del derrocamiento de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. En 1960, aquí existía una sola universidad, la Universidad de Santo Domingo, cuya población no sobrepasaba los tres mil estudiantes. Hoy, medio siglo después del ajusticiamiento del sátrapa, nuestra población universitaria cuenta con más de 300 mil estudiantes.

Pese a esos logros cuantitativos, más del 75% del segmento de la población dominicana de edades comprendidas entre los 18 y 30 años, o lo que es lo mismo, más de un millón de jóvenes, todavía se ven impedidos de cursar estudios superiores, lo que sugiere que aún estamos lejos de arribar a los estándares deseables. En el aspecto cualitativo no hemos logrado mucho debido a que los gobiernos que se han sucedido en los últimos cincuenta años han invertido en educación básica, media y superior menos de una quinta parte de lo estipulado. Es justo reconocer que los gobiernos del presidente Leonel Fernández son los que, en términos de inversiones, más han favorecido a la educación básica, media y superior.

Los resultados de una investigación auspiciada por el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología sobre  aspectos del comportamiento académico de nuestras universidades dan cuenta de que aproximadamente la mitad de los estudiantes matriculados logran terminar la carrera; y que el 90% de esos agraciados emplean más años en titularse que lo estipulado: Dos años para el nivel técnico, cuatro años para el nivel de licenciatura. A pesar de que los expertos que llevaron a cabo dicha investigación se cuidaron en señalar que ese alto porcentaje de deserción y esa baja eficiencia interna de nuestro sistema de instituciones de educación superior también se observan en casi todos los demás agrupamientos del género de la América española, las autoridades de educación superior, y algunos medios de comunicación, les dieron lectura errada a los resultados.

Al igual que en los demás países del llamado tercer mundo, una alta proporción de los estudiantes matriculados en nuestras instituciones de educación superior proviene de familias pobres y de clases medias bajas. Se trata de personas que desde muy temprana edad confrontan situaciones económicas extremadamente difíciles. A pesar de las facilidades que la gerencia de las universidades del país les ofrecen a esos estudiantes, muchos de ellos se ven obligados a abandonar a destiempo sus estudios para integrarse al mercado laboral.

La universidad no es cantera de frustración como mal apunta el editorialista. Lo que sí podría calificarse de tal es un ordenamiento social injusto como el que tenemos, en el que las riquezas que todos producimos se reparte de manera tal desigual.

La Pontificia, Real y Autónoma Universidad de Santo Domingo (UASD) es la institución de la República que más ha contribuido y contribuye a la movilidad social de los ciudadanos de este país.

La mayoría de los estudiantes universitarios que logran titularse emplea en hacerlo más tiempo que el estipulado. La oferta académica de casi todas las universidades del país está dirigida tanto a los estudiantes que no trabajan como a la mayoría que tiene la necesidad de trabajar para financiar sus estudios. Una sola voz puede responder por muchas, la de María Cruz (existencia real, nombre ficticio) estudiante de mercadeo de la UASD y cajera de un supermercado. María, residente en barrio pobre del Santo Domingo Este, llega a su trabajo a las 6:30 AM y sale a la 5:30PM para dirigirse a la Universidad donde permanece hasta las 10:00 P.M. Si no se presentan problemas que afecten el transporte público, María llegaría a su casa pasada las once horas de la noche. Estudia los fines de semana. En vez de tomar 24 créditos por semestre, tiene que conformarse con 10 ó 12.

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