Sin ánimo de incordiar ni de hacer ofensivas comparaciones me atrevo a decir que la suspendida jueza Awilda Reyes Beltré, quien se encuentra bajo arresto domiciliario acusada de prevaricación, se defiende como gata bocarriba, a tal punto que a veces parece que su estrategia de defensa es el ataque frontal contra quien considera su principal acusador: el doctor Mariano Germán Mejía, presidente de la Suprema Corte de Justicia y del Consejo del Poder Judicial. Minutos antes de celebrarse, el pasado jueves, la audiencia del juicio disciplinario que se le sigue leyó un documento en el que se declara “entrampada en una estructura mafiosa” que la ha sentado en el banquillo de los acusados, en un juicio en el que ningún juez, dice, se atreve a ampararla por temor a ser sacrificado. De que está entrampada, y su carrera destruida, no hay ninguna duda, pero lo de la “estructura mafiosa” debió explicarlo mejor. Lamentablemente, el documento que leyó a los periodistas se concentró en las diatribas contra el presidente de la Suprema Corte, a quien describe como “un falso profeta” que ha hecho fortuna a expensas de sus “sacrificados empleados”. Y es que, como dije al principio, embestir con los cuernos por delante (perdón otra vez si la comparación es ofensiva) es su principal y, acaso, única estrategia de defensa, pues será juzgada “por un juez comprometido en llevarse a su casa el trofeo de mi expulsión antes de retirarse, arrastrando con ello la reputación de una justicia humillada…”. Palabras han habido, como dicen en la calle, pero el doctor Germán Mejía no bajará de su Olimpo para responder a unos ataques tan virulentos que parecen producto de la desesperación, la peor consejera a la que Reyes Beltré puede recurrir en las presentes circunstancias.