A principio de los noventa, a raíz de la desaparición de la Unión Soviética y la evaporación del campo socialista europeo, se extendió el criterio de que el mundo se había globalizado; los “tres mundo” del que entonces se hablaba con un enfoque ideológico desaparecía y se empezaba a vender la idea de que el mundo era ahora una “aldea global” en la cual reinaría la superpotencia vencedora en la “Guerra Fría”. Pronto fue quedando claro que el planeta era muy complejo para que fuese una aldea ni que pudiese ser gobernado por nadie. Lo único que puede gobernar el mundo es el respeto por todos al derecho internacional.
En verdad, aspectos cruciales de lo que ahora llamamos globalización – como un creciente comercio internacional con incorporación incesante de nuevos productos – se manifestaban desde siempre – varias generaciones tomaron Coca cola en buena parte del mundo – y con marcado énfasis desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, momento en que surgieron instituciones globales como la ONU y su Sistema, el FMI, el Banco Mundial y el GATT. Aparecieron las transnacionales, el Internet y un sistema financiero mundial y se empezó a hablar de libre trasiego de bienes, capitales y personas.
Las guerras en Irak, la crisis financiera global de 1998 y el desastre económico casi simultáneo en los grandes países han marcado la pauta de un retroceso en los procesos “globales”: se retrae el comercio mundial – afloran posiciones proteccionistas – , las negociaciones de Doha para la liberalización comercial se estancan, instituciones financieras limitan su alcance y se alimentan políticas anti inmigrantes. Era muy fácil hablar de tolerancia inmigratoria ilegal – como le reclamaban a la República Dominicana – desde las placenteras urbes europeas, que tener ahora que bregar con flujos inmigratorios incontrolables, a pesar de que son países ricos. Se extienden aspiraciones separatistas e independentistas y hasta en la aparentemente sólida Unión Europea surgen amenazas de separación, impuestas y voluntarias.
La avalancha de surgimiento de esquemas de integración y acuerdos de libre comercio regionales es un contrasentido a una mundialización. Constituye, evidentemente, una “regionalización de la globalización”. Hace varios años publiqué un artículo con ese nombre en el que señalaba que la globalización parecía tender a regionalizarse. La globalización comercial, bien ponderada por todos, seguirá, en tanto la financiera más criticada y vista como amenaza necesariamente sufrirá cambios y sus instituciones emblemáticas no podrán evitar reformularse ante las críticas que reciben desde todos los puntos cardinales.
El escenario internacional se hace cada vez más complejo y multicéntrico. De pronto irrumpió China, a paso avasallador, en el escenario mundial convirtiéndose en actor de primera línea, con liderazgo económico y voz propia. Le sigue a buen ritmo la India – en conjunto los dos representan el 40% de la población mundial – y otros emergentes, en tanto Rusia – quizás impulsada por las circunstancias – reconstruye su proyección geopolítica. Surgen nuevos ejes, el mundo “unipolar” también se evaporó.
De cualquier manera seguirán algunas tendencias de las que llamamos “globales” – comercio, finanzas, comunicaciones, transporte – pero olvidémonos del sueño de la “aldea global”.