Deshumanizada

Deshumanizada

Distorsión – El ser humano… ¿se ha deshumanizado? (por Marga Mangione)

Puedo escribirle a la luna y las estrellas,

a ese mar que inconstante baja y sube;

al cielo refulgente y a las nubes,

o a las flores coloridas y tan bellas.

Puedo cantar con fe mis emociones,

a los mágicos paisajes de la tierra;

y olvidarme del hambre y de la guerra,

que cunde por doquier por sus rincones.

 

Puedo decir absurda e inconsciente,

que no existen la muerte y el dolor;

que el ser humano reina con honor,

en un mundo generoso y esplendente.

 

Puedo ocultar fríamente la verdad,

ignorando que el hombre en su pasión

provoca cataclismos y erosión,

destruyendo el planeta sin piedad.

 

Puedo engañar y engañarme cuanto quiera,

fingiendo que este plazo no termina;

que no es cierto que al mundo lo extermina

la búsqueda brutal de una quimera.

 

Puedo hacerlo… ¿y qué gano en el intento,

de mostrar oropeles y reflejos;

en la falsa distorsión de algún espejo,

que esconde lo fatal y lo violento?

 

La realidad supera a la ficción,

la hora del final está muy cerca;

si no termina con su ambición tan terca,

causará el hombre: ¡su propia destrucción!

 Marga Mangione

Transitaba distraída por las calles.  Estaba protegida por mi pequeña fortaleza rodante, ensimismada con la música de Alberto Cortez, cuando de repente sentí de un golpe seco en  mi ventana.  Era una mujer joven, de unos 30 años, quizás menos, que con insistencia solicitaba una limosna.  La miré, me pregunté por qué pedía y no se ponía a trabajar en lo que fuese para ganarse el sustento diario. De repente, como meteoro que llegara desde la luna, una sucia esponja mojada aterrizó en el cristal delantero.  Un limpiador buscaba una paga por obligarme a ensuciar mi cristal recién lavado.  Molesta por el susto y la imposición, les dije a ambos que no.  Insistieron. Una siguió golpeando mi ventana, el otro comenzó a limpiar/ensuciar el cristal, y, más enojada,  todavía, utilicé el limpiavidrios y lo obligué a retirarse.  Para suerte mía el semáforo cambió de luz roja a verde y pude proseguir mi camino. Este episodio tan frecuente, que estoy segura que a muchos les ha ocurrido, me puso a reflexionar.  En el trayecto me pregunté: Mu-Kien, ¿dónde quedó tu humanidad? Buscando respuesta a esa pregunta, me quedé sin aliento, me sentí triste y me puse a llorar.

La calle está llena de mendigos, por necesidad unos y por oportunismo, otros.  Nos encontramos con  mujeres jóvenes con hijos alquilados que imploran clemencia, intentando despertar en el transeúnte los sentimientos de solidaridad y humanidad. Pasean por las esquinas las atrofias humanas, que, por no existir una verdadera política social,  no tienen más remedio que mendigar para sobrevivir.  Mujeres con abscesos tan graves que les desfiguran el rostro, jóvenes mutilados de los brazos y los pies y ancianos llenos de rasguños infectados; todos ellos reflejan el deterioro de esta sociedad que margina y excluye a los sin nombre.

Creo que no solo la sociedad y la ciudad se han quedado sin almas, sino que nosotros también estamos perdiendo las nuestras. ¿Qué sentido tiene la vida sin alma y sin sentimientos? ¿Para qué sirve vivir si no puedo sentir? ¿Para qué sirve la vida si el otro, el prójimo, el más cercano, no existe? ¿Para qué sirve el pensar, si esta sociedad de la nueva civilización nos está mimetizando?  ¿Para qué sirve decirnos humanos si la sociedad del espectáculo nos está convirtiendo en autómatas, en robots programados para hacer y comprar cosas y no para soñar?

La violencia social, que se ha generalizado en todos los estamentos y en toda la geografía nacional, ha sido un factor que nos ha obligado a encerrarnos en nosotros mismos. La sicosis generada por los múltiples asaltos cotidianos de mucha y poca monta, con saldos dolorosos de muertes y atropellos físicos, nos deshumaniza, nos encierra y nos aísla. ¡Qué realidad tan triste y tan dramática!

Yo me pregunto ¿Qué se puede hacer? ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo lograr hoy el difícil equilibrio de solidaridad versus atropello, de humanidad versus miedo a la violencia?  No, no tengo respuestas.  Solo alcanzo a formularme muchas preguntas, y cuando reflexiono para contestarlas, me nacen otras nuevas.  Quiero ser humana y solidaria con el prójimo, con los que me rodean, pero tengo miedo a ser víctima del engaño, de la violencia física y del atraco.  Quisiera poder socorrer a los desconocidos que buscan  ayuda.  Pero ya le temo a sus discursos, porque muchos de ellos mienten.  Tengo miedo de abrir mi portamonedas, porque en un instante puedo yo convertirme en la víctima.  Ya me ha ocurrido, y me aterra volver a vivir la experiencia.  He tenido amigos y familiares que han sido vejados, atracados y hasta golpeados.

¿Cómo recuperar la confianza perdida? ¿Cómo volver a sentir y practicar el sentimiento hermoso de la solidaridad?  Necesitamos políticas públicas eficientes.  No queremos dádivas.  Esta práctica en vez de ayudar, solo ha acrecentado el problema.  Ayúdeme a buscar respuestas. No las tengo.  Ahora solo me golpea  de forma constante la conciencia. Mi alma está adolorida y triste por la deshumanización que forzosamente vivimos. Me siguen lastimando los espectáculos de dolor que hay en las calles, mientras transito en mi pequeño carruaje protector. Sólo sé que tengo mi pecho acongojado al ver y palpar mi disminuida humanidad.

mu-kiensang@hotmail.com

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