Desiderio Arias

Desiderio Arias

Desde que el general Trujillo asumió el poder, se trazó y cumplió la meta de asesinar a los dirigentes que pudieren hacerle sombra en su mandato, y al mismo tiempo sofocar los levantamientos guerrilleros en los diferentes puntos del país. Las primeras víctimas fueron Virgilio Matínez Reyna, y su esposa embarazada, doña Altagracia, crimen ocurrido a solo quince días de la primera juramentación del futuro dictador. Más tarde, se produjo el asesinato del hacendado mocano Donato Bencosme, delatado por uno de sus seguidores.
Más adelante se decidió a conquistar o vencer al viejo guerrillero y cacique de la línea Noroeste, Desiderio Arias, que había hecho una declaración pública denunciado los crímenes de Martínez Reyna y de Bencosme. Viejo y enfermo, pero con la fidelidad de sus seguidores, Desiderio amenazó con volver a tomar las armas, como lo hizo en los tiempos de los gobierno de Juan Isidro Jimenes y Mon Cáceres. Ignoró el hombre de la manigua la conducta sádica del nuevo hombre fuerte del país.
Cuando fue enterado de las pretensiones de Arias, Trujillo le propuso cargos, dinero y otras prebendas para él y su gente, para que desistiera de su propósito guerrillero, “con la seguridad de que no sería molestado tan pronto se dedicara a sus actividades privadas”. Como Desiderio hizo caso omiso a la propuesta el general presidente decidió ir personalmente a verlo a su campamento, en Mao. Fue acompañado de su ayudante, el mayor del Ejército Leoncio Blanco (Blanquito), que después de ascendido a coronel y designado comandante en Barahona, fue asesinado por orden del Jefe, bajo el supuesto de que el militar “está conquistando muchas simpatías en el Sur”.
Cuando llegó a Mao, Trujillo fue recibido por Desiderio, y en un gesto destinado a ganar la confianza y el respeto de su futura víctima, el Jefe se despojó de la pistola y la colocó de manera indiferente sobre la cama de Arias, y de inmediato comenzó el diálogo entre las partes, pero no se llegó a ningún acuerdo. El guerrillero estaba consciente de las intenciones malvadas de Trujillo para apaciguarlo y después eliminarlo. Muchos eran los sectores que habían depositado su confianza en él (Desiderio) para evitar la consolidación de la nueva dictadura.
Concluida la reunión, Trujillo tomó su pistola y cuando pasaba entre los hombres de Desiderio, se dirigió a tomar la montura, donde le aguardaba su ayudante, el mayor Blanquito. De inmediato uno de los seguidores de Arias, un árabe de nacimiento, lanzó este grito de guerra:
“General, vamos a salir de este hombre, ahora que tenemos la oportunidad… déjeme matarlo”.
A lo que Desiderio respondió de manera enérgica: “Nunca! Ese hombre (Trujillo) se ha confiado en mi honor y no puedo traicionarme”.
Semanas más tarde cayó Desiderio, asesinado en una escaramuza por las fuerzas de un Ejército bien organizado, que cumplía de manera religiosa todas las órdenes del nuevo presidente. Le cercenaron la cabeza, la exhibieron en las calles de Santiago y se la llevaron a Trujillo en un macuto, como prueba de su muerte. El Jefe ordenó que cosieran la cabeza al cuerpo y se lo entregaran a la familia. Así se hizo, y cuando los sicarios responsables del sádico trabajo, al no encontrar el cuerpo de Arias en buenas condiciones (estaba quemado y corroído por los animales carroñeros), la cabeza y las manos, que eran muy largas, fueron cosidas a un cuerpo ajeno, perteneciente a un haitiano que asesinaron en el lugar para cumplir la misión.
Con la desaparición de Desiderio Arias, que nació en Puerto Plata, luego del matrimonio con Pomona, fijó residencia en Montecristi, terminaron las aventuras guerrilleras de aquellos tiempos. Cincuenta y seis años después Manolo Tavárez Justo y un grupo de jóvenes, repitieron la misma aventura, y el coronel Francisco Camaño Deño intentó una acción similar en el año 1973.. Ambos movimientos fueron sofocados por las fuerzas regulares y asesinados los dos cabecillas.
Semanas después Trujillo viajó en yate a Montecristi y mandó a buscar a Pomona con su comisionada en la región, Isabel Mayer, y le propuso comprar la finca El Tamarindo, propiedad del matrimonio, oferta que la viuda rechazó. El dictador confiscó la propiedad y con militares armados de ametralladoras le envió $300 que la dama se resistió a recibir.

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