Desnudar las desigualdades

Desnudar las desigualdades

ROSARIO ESPINAL
Algunos desastres naturales, como las aguas torrenciales, tienen la facultad de desnudar las desigualdades sociales. Golpean más duramente a quienes viven en condiciones precarias. Eso hizo la tormenta Noel hace unos días. Le dio fuerte al territorio dominicano mientras los políticos, incluidos los del gobierno, caravaneaban alegremente y a destiempo, prometiendo villas y castillas. Vociferaban lo que harán como si no gobernaran o hubiesen gobernado.

El objetivo aquí no es criticar por criticar ante una tragedia nacional, sino recordar el estado de irresponsabilidad pública que prevalece.

De eso tienen la mayor cuota de responsabilidad los que están en posiciones de poder, y por tanto, tienen mayor capacidad de incidir en la búsqueda de soluciones.

Como sabemos, la sociedad dominicana enfrenta grandes problemas, pero en medio de ellos, en el país resuena la mera vocinglería partidaria.

Predomina la desesperación de los que están en el poder por quedarse, y de los que fueron expulsados por volver rápido.

Alrededor de los partidos y candidatos se estructuran distintos grupos en función de cual aportará mayores beneficios personales a los que esperan un contrato, una concesión, un empleo, una botella o una dádiva.

Esto dificulta que prevalezca la racionalidad pública en la planificación y que se solucionen los problemas colectivos para que el país avance de manera sostenida hacia una mejoría de la mayoría.

La ilegalidad y la marrulla producen una sensación de desprotección en la población que los políticos, y quienes le hacen coro, pretenden encubrir con clientelismo de baja monta, repartiendo cosas de uso pasajero a los más pobres.

Mientras tanto, son frecuentes los escándalos de funcionarios o familias adineradas que capturan los mejores terrenos del país en áreas agrícolas, turísticas o urbanas para la especulación inmobiliaria, o asaltan las instituciones.

Por otro lado, miles y miles de familias de escasos recursos se aglomeran alrededor de los terrenos más vulnerables en los campos y ciudades donde construyen casuchas para la subsistencia.

No lo hacen por imbecilidad, sino porque son los terrenos que pueden ocupar con facilidad ya que no son de interés para los más pudientes.

Esto plantea un serio problema de riesgo habitacional permanente para muchas familias.

Sus viviendas son precarias no sólo por la fragilidad del material de construcción, sino también por el lugar en que se encuentran ubicadas. Cada aguacero fuerte desnuda las casas y sus habitantes.

Para evitarlo, hace falta un sistema efectivo de planificación territorial que incluya un amplio plan social de viviendas, y que se impidan los asentamientos en terrenos de alto riesgo.

Se dirá que este problema no tiene solución porque si el gobierno construye casas para los que habitan ahora en terrenos vulnerables, otros pobladores ocuparán las cañadas y las orillas de los ríos una vez estén deshabitadas. Pero esta mentalidad no ayuda a avanzar.

Es cierto que los altos niveles de pobreza sobrepasan la capacidad del Estado de buscar soluciones duraderas a los problemas. Pero no intentar soluciones es una muestra de inhumanidad e irresponsabilidad pública.

La capacidad de producir pobres de la República Dominicana es muy grande. Es producto del alto desempleo y subempleo, los bajos salarios, la baja productividad, los bajos niveles educativos, los vaivenes económicos que producen las políticas públicas erráticas, y la ineficiencia gubernamental en la oferta de servicios públicos.

Por eso tantas personas emigran y tienen que sostener a sus familiares con las remesas, el único seguro social con el que realmente cuentan.

Sin desastres naturales que desnuden las condiciones de vida de los pobres, los gobiernos y la sociedad dominicana se adormecen ante la gran masa de personas necesitadas. Pero la precariedad se desnuda en momentos de especial dificultad como la reciente tormenta.

Una sociedad que aspire a un cierto ideal de bienestar no puede insistir en ser sorda ante la pobreza. No puede catalogar las desigualdades de inevitables. No puede ensalzar el despojo y la ilegalidad que tanto beneficia a los más poderosos. No puede sumirse en un electoralismo constante que nubla el raciocinio de la función pública. No puede hacer comedia de los descaros corruptos y clientelistas de la clase dirigente.

Según el adagio, cada tragedia es una oportunidad para mejorar. Ojalá se aproveche ésta para hacerlo.

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