Desorden institucional

Desorden institucional

Impera en el país por doquier el desorden institucionalizado sin que las autoridades competentes en cada área asuman las condignas responsabilidades.

Siempre que se producen procesos electorales los desórdenes se agudizan, porque quienes lo accionan se saben protegidos de la impunidad de los gobiernos que persiguen propósitos de permanencia en el poder, y el país deviene de esta manera en el caos que es hoy.

La más señalada de desorden nacional lo registra la historia reciente en el final del gobierno del presidente Horacio Vásquez (1924-30), en que el viejo caudillo, enfermo de una operación de riñón practicada en Baltimore, Estados Unidos, pero antes que eso, consintió en una escandalosa corrupción, que es menester consignar, no le manchó en nada en lo personal, y que constituyó un ingrediente poderoso para el surgimiento trapero del brigadier Rafael Leonidas Trujillo.

Era el hombre nuevo, el gendarme que la sociedad dominicana anheló y quiso en ese momento, para organizar y disciplinar al país, y nada mejor, en una época en que los derechos humanos aún no soñaban en esgrimirse como medidas para los gobiernos en el trato con sus conciudadanos, que un hombre de cuartel, un guardia.

Fue en gran parte ese consentimiento original, la causa, que se galvanizó luego con el paso del tiempo y la ampliación del universo de fuerza de Trujillo, en la tiranía que padecimos por 31 años y siete meses los dominicanos en un calvario de excesos como nunca antes y aguardamos que jamás después.

Hoy padecemos de un desorden descomunal, comenzando porque pocos respetamos la ley 241 de Tránsito Vehicular, nos «comemos» la luz roja, y también «un pedacito» de contravía para evitar una vueltecita más larga, los colmadones se adueñan de la acera peatonal y ponen sus bocinas a todo dar irrespetando el entorno familiar, más la vocinglería de los parroquianos que elevan los decibeles en la medida en que ruedan por las gargantas las «frías».

Sólo el 16 del presente mes, El Caribe insertó cuatro noticias conectadas con el aludido desorden imperante en el país, una explicando como en 18 esquinas los cacos han hurtado los cables y apagado los semáforos; otra en que los forajidos que depusieron al presidente Jean Bertrand Aristide, encabezados por Guy Phillipe, son los amos de la frontera, impiden los mercados de Dajabón los lunes, raptan dominicanos y los conducen a territorio haitiano; otra sobre el crecimiento de un basurero en el ensanche Ozama, y una última, el modismo de «parqueadores» informales, que robaron a punta de pistola el vehículo del educador y economista Opinio Alvarez Betancourt.

A eso es menester añadir los haitianos que estacionan triciclos cargados de frutas en las esquinas, la mayoría de los cuales, como casi todos los nacionales de ese país que residen en el nuestro, carecen de documentación y/o permiso de residencia aquí, haitianizando peligrosamente nuestro país y rememorando cada día el dos de octubre de 1937, es decir, otra «exterminación añorada».

La arrabalización de aceras por buhoneros, quienes, arrogantes y desafiantes, esgrimen una sacrosanta palabra para justificar su irregularidad: «Soy padre de familia», patente de corso que conforme a su cosmos, le faculta a agredir el entorno y el ornato citadino.

El gobierno no se queda atrás en esta conjura peligrosa del desorden, y regala apartamentos a atletas, disponiendo el jefe del Estado de los recursos del país sin que ningún acápite constitucional le faculte para ello. Y lo propio con los terrenos del CEA que se adjudicaron primero por contrato a empresas privadas que fracasaron. Lo mismo que hizo Leonel Fernández con CDE.

Todo el famoso expediente del PEME en gobierno anterior empequeñece ante la abultación impresionante de la nómina pública. El país es un desorden absoluto.

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