Desórdenes, indisciplinas, temores y sanciones

Desórdenes, indisciplinas, temores y sanciones

Ya había pasado el tiempo inmediato del desconcierto, la ofuscación y la creciente ira recién nacida a las posibilidades de libre expresión.

El régimen dictatorial –y ya enloquecido- de Trujillo, había sido descabezado. Lo que quedaba de aquel hombre que murió acribillado mientras enfrentaba inútilmente –y lo sabía- la fuerza de fuego de los conjurados para ultimarlo, ese hombre, que hizo cosas buenas y cosas horriblemente malas, había sido maleficiado, roto su equilibrio, arruinado, por la adulación. ¿Pagada?

¿Cuándo no lo es, en una u otra forma?

A nadie, aunque no ejerza ni desee formas de castigo para quienes le critican, deja de molestarle que se le desapruebe.

El presidente Fernández es sensato y talentoso. Pero es humano. Por tanto, susceptible al daño del elogio desmedido, a alabanzas y enaltecimientos movidos únicamente por intereses de lucro. No de ayuda o colaboración. No impulsadas por el interés en contribuir a que este joven Presidente, heredero de un personaje excepcional, Juan Bosch, quien con sus actuaciones, sus creencias, su gran talento y no menor tozudez en la imposición de lo correcto y lo limpio, erradicó cabalmente la convicción de que la política tiene que ser pérfida, fementida e inmunda.

Ciertamente lo derrocaron de la Presidencia de la República a los siete meses de su honesto mandato intransigente, pero nos legó un diamantino ejemplo de dignidad y entereza. Ahora Fernández, nuevamente presidente, tiene la oportunidad de fusionar con extrema habilidad y exactas proporciones los principios de Bosch, con elementos de las teorías educativas y morales de Eugenio María de Hostos, añadiendo las necesarias gotas de la indiscutible habilidad política de Joaquín Balaguer, que le permitieron un largo mandato en tiempos muy difíciles en los cuales, como experimentado malabarista, logró mantener en el aire pelotas o bolas de distinto peso y tamaño, aunque de igual peligrosidad.

Si observáramos la Naturaleza con mayor cuidado y análisis, notaríamos que todos los ingredientes son necesarios, pero en dosis exactas.

Lo que cura, lo que sana, también mata. Lo salutífero para la sociedad, para el gran conglomerado humano, requiere dosis exactas dadas en el tiempo exacto. Un castigo a destiempo –aunque sea justo- pierde todo su sentido y se convierte en capricho del otorgante.

¿Le habrá dicho alguien al Presidente que la cancelación del Gobernador Provincial de Monseñor Nouel, envuelto en un conflicto por la entrega irregular de parte de las cien viviendas donadas por Venezuela para damnificados, debió producirse en el momento justo? ¿Le habrán notificado la necesidad de efectuar cancelaciones justificadas, a tiempo, estrechamente conectadas con las faltas?

Ya ha sido dicho que la democracia es el peor de los sistemas, con excepción de los otros sistemas políticos.

Y en verdad parece ser el mejor.

Si se dosifica y se aplican sin tardanza los justos correctivos.

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