Despedida de un gran amigo

<p>Despedida de un gran amigo</p>

JOAQUÍN RICARDO
Al despuntar el día la noticia comenzó su desenfrenada carrera. El deceso del doctor Ney Bienvenido Arias Lora se hizo dueño de los sentimientos de todos los dominicanos. No repuesto de la sacudida que me produjo la partida de este más que amigo casi familiar, se apoderó de mi memoria el hecho de que entre el día en que tuve la fortuna de conocerle y su deceso mediaron treinta años. De igual manera, la coincidencia entre la fecha en que lo conocí y el día en que conversamos en lo que sería la última ocasión, fue, en ambas oportunidades, en actos familiares de profundo significado para quien escribe estas líneas, en los que el fenecido amigo desempeñó un papel de importancia.

El doctor Arias Lora fue un eminente facultativo. Bajo su sombra protectora, la neurocirugía dominicana alcanzó esplendores desconocidos hasta ese entonces. Sus intervenciones quirúrgicas hicieron historia. Su dedicación salvó vidas y su preparación devolvió la salud perdida a innumerables seres humanos. Generoso en extremo, se preocupó en transmitir, a través de la práctica y de la enseñanza, los conocimientos adquiridos. Cuando hubo de enderezar entuertos, lo hizo discreta y cuidadosamente. Su hablar pausado tenía la firmeza reservada para las almas nobles. Su diagnóstico, aún en los casos más difíciles, siempre dejaba abierta la enorme puerta de la esperanza.

Lucía este caballero de la medicina la prudencia de los señalados y de los consagrados seguidores de la ciencia de Hipócrates. Para la inmensa mayoría, esta cualidad era confundida con la timidez. No era así. La firmeza de sus convicciones hacía añicos esta falsa apreciación. Prefería convencer y no vencer.

La honestidad exhibida en la práctica médica era la manifestación de sus firmes creencias y de sus acrisolados principios. Su paso por la administración pública, ejemplo de eficiencia y pulcritud en el manejo de los fondos del Erario, es objeto de añoranza en estos tiempos de la globalización y del progreso.

Su solidaridad nunca hizo distinción de ideologías ni de filiación partidaria. Se extendió a todo el ciudadano que la necesitase. No importaba la hora ni el lugar. Tampoco la ubicación geográfica. Su reconfortante presencia trajo la tranquilidad a incontables ciudadanos.

Su lealtad a los pacientes y amigos es casi mística. Creo que era la única oportunidad en que el médico y el ser humano ponían a un lado el comedimiento para dar paso a la dedicación. Quien esto escribe presta humilde testimonio de ambas condiciones.

Incursionó en la política como una extensión de sus obligaciones ciudadanas. Recorrió los agrestes caminos de la misma, sin mancharse el alma. Siempre presto a servir a su país y a su partido. En esta última institución, desempeñó la presidencia en funciones. Se situó siempre por encima de las rebatiñas grupales y aprendiendo de su amigo, el doctor Balaguer, puso los intereses nacionales por encima de cualquier otra consideración. Conciliador natural, tenía una palabra bondadosa en sus labios y nunca recuerdo altercado alguno en los que él se viera envuelto en los fastos del reformismo.

Con su muerte la sociedad dominicana y la familia reformista se llenan de luto, al perder a uno de sus hijos de mayor prestancia.

Sus amigos estamos conscientes de que el doctor Ney Arias Lora inició su ascenso definitivo al sagrado recinto que el Divino Creador le reserva a los que, como él, durante su tránsito temporal por este Valle de Lágrimas, cultivaron con savia fecunda el huerto donde sólo germina la decencia y la honorabilidad.

¡Paz a sus restos y que el consuelo divino se anide en los corazones de todos sus familiares y amigos!

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