Despedida de un sembrador

Despedida de un sembrador

JORGE TENA REYES
El reciente funeral de don Manuel Corripio García constituyó una impresionante e inesperada apoteosis nacional, la cual desbordó los límites de la capital de la República porque, tanto en el curso del velatorio como en el sepelio, convergieron personas de las distintas zonas del país y de los diferentes niveles que conforman la sociedad dominicana. El hecho de que se haya producido una manifestación de duelo de tal magnitud, en memoria de un hombre que su mayor obra fue la consagración al trabajo y la exhibición de una conducta ciudadana ejemplar, debe observarse como una muestra de que la humildad y la honradez también tienen su recompensa.

Cierto es que don Manuel Corripio García hizo del trabajo la razón de su existencia, la cual alcanzó en su composición biológica, la envidiable cifra de 96 años, y en cuyo trayecto dejó una estela de éxitos y de realizaciones tangibles.

Cada vez que tuve la oportunidad de conversar con don Manuel, y fueron muchas las ocasiones en que lo hicimos, la sencillez de su trato, despojado de todo conceptualismo convencional nos recordaba la sabia reflexión del biólogo y médico francés Alexis Carrel, para quien «la vida no consiste en comprender, sino en amar, ayudar a los demás y trabajar». En esta frase queda dibujada la vida de don Manuel: trabajador, bueno, amoroso, por lo tanto, un hombre que supo prodigar el bien a manos llenas.

El señor José Luis Corripio Estrada conmovido por la inmensa manifestación de solidaridad y de cariño que recibió con motivo de la muerte de su padre, y comprometido con el legado de don Manuel, hizo uso de la palabra en dos ocasiones: la primera, en el velatorio, para agradecer a nombre de su familia las muestras de condolencia de tantos dominicanos que con su presencia reafirmaban la diáfana y constructiva trayectoria del venerable ciudadano fallecido, centrada en el trabajo y en la humildad, expresión de un auténtico sentido cristiano. En esa oportunidad destacó el hecho de que todo cuánto se decía de las cualidades de su padre «era verdad». En esta consideración fue reiterativo. En su segunda intervención, esta vez en el acto de despedida en el panteón familiar, al final de una sentida oración fúnebre, además de destacar las cualidades morales y humanas de su fenecido progenitor, don Pepín se refirió a la vocación de sembrador que lo caracterizaba, hecho al que ya se había referido uno de los sacerdotes oficiantes. Al retomar el tema llegó a decir que su padre «sembraba en lo suyo y en lo ajeno, la intención era sembrar». Puso como ejemplo los frondosos árboles que se levantan en el entorno del panteón, los cuales fueron plantados por él.

Tal vez sin expresarlo públicamente, don Manuel tenía la convicción de que solo el que siembra, no importa el género o la naturaleza de la misma tiene la posibilidad de perpetuar la vida más allá de la muerte.

Estoy seguro de quienes siguieron todo el proceso del sepelio de don Manuel Corripio García, al contemplar la multitud congregada alrededor de este luctuoso hecho, quedaron convencidos de que la obra y la siembra de don Manuel perpetuarán su nombre en la memoria de todos los dominicanos, con lo cual se cumplirían los íntimos deseos de su hijo, quien anhela, que el nombre de su padre sea recordado siempre con veneración y respeto.

Voy a referir una anécdota de la que fui testigo presencial. Como resultado del énfasis y las innovaciones que se introdujeron en el programa nacional de alfabetización durante los doce años de Gobierno del Doctor Joaquín Balaguer, con la participación de diversos sectores de la sociedad dominicana, el señor Horacio Alvarez Saviñón fue uno de los empresarios que mayor interés le prestó a esta campaña, y en una ocasión en la que analizábamos los lineamientos generales de dicho programa, luego de que él narrara los humildes y casi artesanales comienzos de la pujante industria que presidía, a uno del los participantes en la reunión, tal vez con la intención de halagarlo, se le ocurrió decir que con diez hombres como él se salvaba el país, a lo cual respondió don Horacio: «Yo aceptaría que se me incluya en esa lista si la encabeza don Manuel Corripio».

La aceptación fue unánime, acompañada de abundantes consideraciones acerca de los méritos personales y la vocación de trabajo del personaje aludido.

Transcurrido el tiempo, el nombre de don Manuel Corripio García fue calando cada vez más en la conciencia de los dominicanos que contemplaban con admiración y respeto, el ejemplo de una vida excepcional. De ahí que su nombre vivirá en el recuerdo de todos los que lo conocieron y lo trataron, porque como recomendaba el poeta griego Calímaco: «Nunca digas que los buenos mueren».

Don Manuel Corripio García tampoco morirá fue un hombre bueno, honesto y supo sembrar en tierra fértil.

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