Desprotección

Desprotección

El Nacional lo destaca en su edición de ayer como noticia principal, y no es para menos. El cierre forzoso de la única escuela del sector capitalino Loma del Chivo, por temor a las balaceras y agresiones entre pandilleros, es síntoma de que está en su peor deterioro la seguridad ciudadana. Es un síndrome de desprotección que habla muy mal de nuestras autoridades.

Si en un sector la venta de drogas y las refriegas entre pandilleros obligan a suprimir la enseñanza y mantienen a raya a la autoridad, hay que admitir que la victoria es del mal.

El jefe de la Policía dijo recientemente que en el país hay 20,000 puntos de drogas. No se explica que la labor de inteligencia que permitió establecer esa cantidad no haya permitido detectar y doblegar a quienes se disputan a balazos los puntos de drogas en Loma del Chivo donde, según vox populi, las drogas se venden con la misma libertad que los mangos.

Es grave que la flaqueza de la autoridad haya permitido a la delincuencia ganar tanto terreno en una sociedad.

En los últimos tiempos ha habido un “boom” en materia de compra y legalización de armas por parte de la población civil. Es evidente que mucha gente procura, por medios legales, dispensarse la protección y seguridad que el Estado no parece en condiciones de garantizar por los medios comunes, ni hace lo extraordinario para lograrlo.

¿Qué más nos espera?

Asunto de vida

Al margen de cualquier otra causa, incluida una inadecuada sustitución del personal de guardabosques, los incendios forestales de estos tiempos tienen como factores aliados la aguda sequía y las altas temperaturas estacionales que afectan al país.

La falta de lluvias ha provocado una disminución drástica en los caudales fluviales y en la disponibilidad de agua en las tomas de las cuales se surten los acueductos.

Aunque debería ser costumbre permanente, el uso racional del agua, su ahorro, se impone en estos momentos. Las autoridades correspondientes han estado llamando a evitar el desperdicio de este líquido y hablan, inclusive, de la posibilidad de racionar su suministro.

Cada ciudadano, por un acto de conciencia, tiene que acogerse a este llamado y practicar el ahorro de agua en todo momento.

Comencemos por suprimir el lavado de vehículos y el riego de jardines, y continuemos con la supresión de fugas en tuberías y grifos del hogar.

Los dominicanos somos muy dados al derroche. Damos demostraciones de esa inclinación en los tipos de vehículos que preferimos, en el uso irracional de la energía eléctrica y en el dispendio de agua.

El agua es un bien cada vez menos abundante, y si no quisiéramos entenderlo así, basta con decir que en los últimos cien años en nuestro país se han secado decenas de ríos que antes aportaban agua para riego y consumo.

No sabemos hasta cuándo se prolongará la sequía actual y, por tanto, no podemos predecir hasta cuándo se mantendrán bajas las disponibilidades en las tomas que surten a nuestros acueductos. Ahorrar agua es, en consecuencia, un asunto de vida.

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