Después de las tormentas

Después de las tormentas

Septiembre ha sido un mes negro para la región caribeña. Las fuerzas de la naturaleza han puesto especial empeño en aplastar las pocas riquezas de las islas que conforman el archipiélago antillano. Dos poderosos huracanes vertieron sus vientos y lluvias sobre una región habitada por poblaciones pobres.
El turismo y la agricultura fueron afectados seriamente en esas islas que están en el umbral de la región caribeña de Barlovento por los huracanes Irma y María. Ambos descargaron su furia directamente, atravesando María a Puerto Rico y ambos rozándole a Dominicana, siguieron luego hacia aguas del Atlántico. Previamente Irma conmocionó a Cuba con graves daños y cruzó la Florida de Sur a Norte, ocasionando grandes pérdidas a la riqueza de ese estado norteamericano.
El país, sin haberse repuesto de los destrozos de Irma al norte de la Cordillera Central, ocasionados por las grandes crecidas de los ríos y cañadas, a los catorce días se vio arropado por María. Este huracán vino en una trayectoria más cercana a las costas dominicanas, pero fue empujado hacia el norte gracias a las cadenas de montañas quisqueyanas. Estas, por su gran altura con relación a las demás islas caribeñas, protegen al país de las furias de los huracanes.
Esta vez con el paso de María trajo sus grandes volúmenes de aguas y vientos, que los descargó en gran parte del territorio dominicano. Y era para poner en evidencia el arrojo y decisión de los ciudadanos y de sus autoridades de proteger las vidas y enfrentar los destrozos. Todavía no se habían aplacado los vientos y el agua preñaba los ríos y cañadas cuando cientos de militares, policías, trabajadores y voluntarios emprendían peligrosas labores de rescate y reparaciones. Incluso sacaban a la fuerza a humildes personas que se negaban a abandonar sus míseras viviendas para que no le robaran sus escasas pertenencias. Esta es la costumbre de los delincuentes que aprovechan estas calamidades para arrebatarle a los más pobres sus míseras propiedades.
Las brigadas y equipos del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC) desde Bávaro hasta Monte Cristi al norte de las cordilleras Oriental y Central y por la península de Samaná junto con las brigadas de las empresas eléctricas, iniciaron el mismo día 21 en horas de la tarde una admirable tarea de corrección de daños. Y en pocas horas del viernes 22 se habían despejado varias carreteras, y removidas de las mismas los postes derribados y árboles caídos. Y en otras regiones se pudo restablecer el servicio eléctrico.
No hay dudas que hubo un empeño a fondo de las dependencias oficiales para tener el control de la calamidad atmosférica donde se destaca el excelente trabajo del COE con su siempre eficiente y calmado director que no coge corte manteniendo al país bien informado. Esto obligaba que los demás representantes de organismos oficiales tenían que hablar claro y con datos verídicos a la población que estaba muy atenta al desarrollo de los desastrosos acontecimientos provocados por los huracanes Irma y María. Obedeciendo sabe Dios a que estrategia política se omitieron la cifra de muertos como es la costumbre en Semana Santa. La permanente supervisión, que mantuvo el presidente Medina sobre sus subalternos, los incentivó a ser más eficientes y proactivos en sus obligaciones de asistencia y más empeñados en quedarle bien a su jefe. Este se mantuvo atento a todo lo que hacían sus ministros para salvar vidas y enfrentar los daños de las tormentas.
El MOPC merece un reconocimiento por la abnegada actuación de sus integrantes para enfrentar los desafíos que la naturaleza le impuso. Y no solo eran las carreteras que se bloqueaban por derrumbes de los taludes o de rellenos arrastrados por los aguas, sino los puentes que perdían sus aproches o se desplomaban quedando en medio de la corriente tormentosa de los ríos. También eran las laderas a orillas de esas corrientes que eran deslavadas por las aguas arrastrando las casas construidas en su tope sin ninguna seguridad. También era las calles llenas de basuras y troncos que obstaculizaban el tránsito, como fue el caso de Miches. Muchas casas destruidas son permitidas por las autoridades complacientes, imbuidas de su tradicional populismo irresponsable, tan solo para ganar simpatizantes.
Ha sido una valiente decisión del presidente Medina prohibir que de nuevo surjan las casuchas destruidas a lo largo de la zona del río Boba en Nagua. Tales construcciones arrasadas por las aguas constituían un peligro para sus humildes habitantes que vivían desafiando cada año el peligro con ese mar impetuoso de la Bahía Escocesa. El presidente Medina se ha movilizado por las zonas más afectadas y su presencia ha sido estimulante y esperanzadora para los que han perdido todo.

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