Sospecho que el creador contemporáneo ha caído en una trampa. En su entusiasta culto de lo nuevo y rebelión frente a cánones, paradigmas y tradiciones, han destruido las vanguardias cuanto se podía destruir. Empeñados en entronizar la novedad y el cambio como principios fundamentales de la práctica artística, terminaron los ismos por echar a tierra los marcos de referencia estética, y por borrar las fronteras entre lo que es arte (o debiera ser tenido por tal) y lo que no lo es. Validos del formidable ariete de la libertad de creación, arremetieron los artistas del siglo veinte contra los muros vetustos de la belleza, contra los solemnes y severísimos portones de la academia, no dejando en pie su furia iconoclasta nada de lo que poco antes solía ser fuente de embeleso, motivo de pasmo y objeto de veneración.
Hoy, sobre el montón de escombros, la única pregunta que inevitablemente acude a nuestros labios es: ¿y ahora qué? Desplomados los baluartes de la tradición, habiendo hecho befa de los más firmes postulados sobre los que la dignidad de la obra artística se asentaba, escarnecidos los modelos, ¿contra quién dirigir en el presente los golpes?; ¿de qué, de quiénes nos vamos ahora a liberar?
La vanguardia, o sea, la belicosa propuesta de la modernidad surgida al alborear del siglo recién transcurrido que consiste en producir arte a partir de la negación de los valores aceptados, parece haber tocado fondo, hallarse al cabo de tantas estruendosas rebeliones en un callejón sin salida; pues después de las exposiciones sin cuadros y los conciertos sin música, cuando ya nada es capaz de sorprendernos y hemos llegado al punto en que nos sentimos inclinados a dar credenciales de artístico a cualquier cosa, el gesto de la ruptura pierde por entero su efectividad y su sentido.
¿Qué ha sucedido? Que no es igual innovar cuando la sociedad en su mayoría adopta frente al cambio una postura suspicaz y conservadora, que cuando el grueso de la gente enarbola el cambio por divisa. De modo que la misma actitud favorable a lo nuevo, al comienzo progresista y audaz, a consecuencia de su total aceptación ha invertido el signo, tornándose ahora rutinaria y conformista.
Nada menos estimulante que un recorrido por las galerías de la ciudad. Dondequiera fijamos la mirada topamos con similar carencia de espíritu, orfandad que, por si fuera poco, acompáñase a menudo de patéticas y desesperantes deficiencias en el plano artesanal, conceptual y técnico. Las imágenes ciertamente varían de un autor a otro; la anécdota acuñada por esta paleta es, qué duda cabe, distinta a la que aquella otra plasmara. Mas no importa donde detengamos la vista, tropiezan nuestros ojos con cuadros y objetos que bajo la superficial apariencia de osadía expresiva o de ostensible voluntad sensacionalista de provocación voluntad que no titubea en poner a su servicio la vulgaridad y el morbo encubren una infortunada ausencia de visión plástica auténtica, de consistencia expresiva, de espesor vivencial. En los días que corren lo importante no es gestar un universo imaginario propio en el que perdernos para retornar de nuestro viaje si es que retornamos con el alma henchida de milagros y en las pupilas el resplandor profético de indoblegables cumbres interiores, sino que sólo interesa ser distinto o lucir diferente, vestir un traje que no haya sido usado por nadie aunque por debajo del traje sólo encontremos la misma torpe, mezquina y chata verdad: el vacío…
Pues no. No hay por qué aceptar los planteamientos vanguardistas. Toda obra de arte genuina es nueva porque es inagotable. La novedad por sí sola no asegura la excelencia de la creación. No se preocupe el creador en distinguirse del vecino. No tenga miedo en imitar lo que considere digno de imitación. Trabaje, acumule experiencia, transforme el pálpito de la vida en sabiduría técnica y destreza artesanal, obtenga paso a paso el dominio del lenguaje expresivo y diga lo que tenga que decir. Si así procede, el asunto más trillado, el tema menos actual se transformará como por arte de magia en motivo de asombro permanente y espiritual deleite… Lo demás es moda, circunstancias exteriores, extravíos. Lo demás es estulticia y trivialidad. Y con trivialidad y con estulticia permítaseme parafrasear a Martí no seremos capaces jamás de mellar el pico del buitre que devora a Prometeo.