Después de mayo, el inventario

Después de mayo, el inventario

Ahora los automóviles descansan, la amante está en Europa, las reuniones no existen. Descubres el vecindario y la familia. Ahora el número de teléfono se le olvidó a los amigos, porque de ellos te olvidaste primero, como olvidaste el barrio, la comadre, las reuniones del Colegio de los niños, el compañerito de infancia que todavía despacha en el colmado porque no tuvo tu suerte, tu arrojo, tu descaro.

Los reporteros te ignoran y en el restaurante te dicen: espere un momento, no hay mesa. Y nadie envía flores, ni chocolates, ni perfumes, ni corbatas, ni ese vino que aprendiste a saborear, aunque añoraras el ron y la cerveza.

Desapareció la caja de güisqui semanal, la invitación a La Marina, las entradas para el concierto y el juego de los yanquis. No están los pavos, los cerdos, las naranjas, las uvas. Los helicópteros. Tampoco el grupo que esperaba, desde temprano, en la marquesina y saludabas con un «vuelve mañana», desde el vehículo que te transportaba a Palacio. El desayuno no querías compartirlo ni mezclarlo con quejas.

Ya no llaman de la tienda para ofrecer la mercancía y el crédito, no aparece puntual el sastre para medirte el traje y esa camisa que completaría tu colección. La masajista se excusa, el peluquero está de vacaciones. Te hacen falta los pasajes, los peajes, los equipajes…

Ahora te detienes cuando el semáforo está rojo, pides permiso y dices gracias y buscas un lugar para aparcar enfrente del Teatro, del cine. Ahora conoces el rostro del jardinero, de la empleada doméstica, del portero y te sorprendes cuando solicitan su liquidación. Miras los muebles de la sala, el color de las paredes, las lámparas, los niños, y revisas, furioso, la factura del cable, de la energía eléctrica, del combustible para el generador de emergencia, la tarifa para mantener en buenas condiciones la piscina, el estado de la tarjeta de crédito.

Ya no recibes resúmenes de prensa y tienes que leer los periódicos e indignarte con artículos que te aluden. Ahora los reportes de las conversaciones interceptadas cuestan caro y no aparece el general, el coronel, ni el empresario, el cura, el fiscal, el síndico.

El tiempo te agobia, te sobra, te atormenta, porque no tienes misa pendiente, ni visitas, ni cenas donde podías decidir y tasar tu influencia para el proyecto, el decreto, la concesión, la embajada, el consulado, la carretera, el acueducto, la prisión, la cuenta cifrada. Te diviertes buscando los regalos del último cumpleaños que guardaste en el sótano. Vences el tedio releyendo contratos de compra, verificando los títulos de tus propiedades, aquí y allá. Extrañas sargentos y capitanes que pululaban alrededor de tu vivienda con la misión sagrada de cuidarte. Ahora te inquieta cómo mantener el yate, la finquita, los perros, el apartamento clandestino.

Ya no hay pasadías sorpresa, ni orquestas y cantantes complacientes, dispuestos a divertirte, hasta el día siguiente, con o sin propina. Ya no hay viajes a Europa en el jet prestado. Acudes al bar y cinco excusas te separan de aquellos que pagaban el trago, el queso, las angulas, el caviar. Aquellos que te acompañaban a la suite y deslumbrabas mostrándoles y compartiendo los favores de jóvenes bellas y obsequiosas.

Ahora cuando te ejercitas en el Mirador, respiras mejor porque nadie te rodea para pedir un favor, entregarte el sobre, la camiseta, un disco muy especial, un celular extraordinario, una agenda electrónica, el revólver. Ahora que has decidido alquilar películas y pedir pizzas a domicilio, percibes cuán breve fue el periodo de gobierno para ti.

Quizás en algún momento pienses lo que pudiste hacer y no quisiste. Sabes que tu gestión fue cháchara, disfrute y dispendio. Alguien te lo recordará. Pero no podrás actuar como antes. El poder se ha ido. Si acaso reaccionas será con la agresividad de quien se reconoce inerme, desnudo y vencido, después de tanta elocuencia ofensiva y vana. De tanto boato, distorsión e insensatez. Con la agresividad del derrotado por su propia torpeza, indiferencia, ineficiencia e irresponsabilidad. Debes cuidarte de la soberbia. Lo hecho es de difícil enmienda. A pesar del olvido y las transacciones, queda la lástima.

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