Después de mí, el diluvio

Después de mí, el diluvio

GUSTAVO GUERRERO
Esta fue la frase de un desvergonzado sin importarle el destino de su pueblo. La dijo con egocentrismo desafiante el rey Luis XV, hijo heredero del rey Sol, Luis XIV. Para él nada le importaba que no fueran sus arrolladoras pasiones con las mujeres más bellas de su reino. Después de mi el diluvio, expresó con cinismo desconcertante. Y, efectivamente, sus palabras se cumplieron.

Porque después de él le sucedió como soberano de Francia Luis XVI, fofo, inepto, con una mentalidad estrecha que sólo daba para la cacería y el arreglo de relojes. Su mujer, María Antonieta, no le importaba un comino y en esa ineptitud no vio llegar el diluvio constituido por las fuerzas del pueblo en la Convención, determinativa de la voluntad popular en la Revolución Francesa que arrasó, sin reparo alguno, con las cabezas de los reyes y de los nobles con el filo de la guillotina. El diluvio se consumó en ríos de sangre por todo el territorio francés.

El mandatario desinteresado por la buena marcha del Estado sólo atendía a sus pasiones ineptas, estaba llamada al más rotundo fracaso.

Así sucedió en nuestro país, con Ulises Heureaux. Cuando sus consejeros le indicaron el rumbo económico desastroso de la nación. Sólo se limitó a contestar con una despreocupación rayana en el cinismo: A mi eso no me importa, porque yo no leeré la historia.

Lilís como el rey Luis XV tenía numerosas queridas. Este último tenía dos de esas amantes que repercutieron en el ámbito francés: La Pompadour y a Du Bary. Estas dos mujeres procedían de familias plebeyas, pero fueron elevadas a la categoría de marquesa la una y de condesa la otra para ser introducidas en la Corte que aceptaba los mandatos del ungido del Señor…

Por lo que se escandalizó la Corte fue cuando se percató que Madam Pompadour no era un capricho pasajero del soberano sino que sería su amante permanente y titular; los varones y, por supuesto, mucho más las damas de las familias cortesanas, se sintieron ofendidos por ello, pues la nobleza consideraba como privilegio exclusivo que se escogiera de sus filas a las amantes del rey de Francia.

Al principio los descontentos actuaron con tenacidad y trataron por todos los medios de hacer quedar en ridículo a la Pompadour o que cometiera algún grave desliz contra la etiqueta, a fin de que el rey se sintiera avergonzado de su favorita. La marquesa supo hacer frente a la situación. La favorita desencadenó una contraofensiva contra sus enemigos, los ministros, las grandes damas influyentes, señores de la corte y pronto el número de altos funcionarios y dignatarios de la corte exonerados por la favorita adquirió proporciones considerables.

Aparte de esto el objetivo primordial de la marquesa era actuar de tal modo que su amante nunca se aburriera junto a ella.

Madame Pompadour era considerada por Luis XV como la mujer más encantadora de Francia, no sentía reparo alguno en manifestarlo públicamente y durante mucho tiempo conservó esta opinión. Nadie como ella sabía como tenerlo en tan buena disposición de ánimo, ni hacerlo tan feliz, la marquesa de Pompadour le hacía la vida agradable y siempre le tenía preparada una sorpresa. Hizo instalar en los aposentos del rey un reducido y coquetón teatro que desempeñó muy pronto un papel muy importante en la vida de la Corte; las personas admitidas en aquel salón y en escena fueron, en lo sucesivo, las únicas en obtener audiencia real. Además de esto, las marquesa hizo erigir varios palacios de placer, grandes y pequeños, para entretener los viajes del rey y ofrecerle aún más distracciones. Gran organizadora de placeres reales, Madame Pompadour ejercía por esta misma razón una influencia considerable en el monarca y si Luis XV murió con grandes errores sobre su conciencia, su favorita compartió la responsabilidad de ellos.

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