Después de Supplice ¿qué?

Después de Supplice ¿qué?

El período especial cubano no impidió la visita de compatriotas a la “isla fascinante”. Decenas de dominicanos progres, continuaban su trajín por las calles habaneras y por los rincones orientales. La revolución imposible aquí, tenía sus portaestandartes allá. Lejos del fusil y de la trinchera, las tertulias con los comandantes, las visitas a los convivios de escritores, el paseo por el malecón para cotizar jineteras, compensaban las claudicaciones. Turismo ideológico reconfortante.

Aquel momento dramático de la revolución, cuando el mapa político de Europa se transformaba, expuso las convicciones. La economía dependiente se tambaleaba. Escasez de alimentos, de medicinas, restricciones que impedían ayudas, agravaban el momento. Una epidemia de neuropatía, como consecuencia de la precariedad, retaba la militancia. Empero, los progres nuestros, entre pasos de son, mojitos y frituras de yautía, intentaban convencer a los cubanos de la pertinencia de la resistencia. Intelectuales comprometidos con el proceso desde el 1959, viandantes con estómagos llenos de picadillo de soja, médicos, ingenieros, con el sigilo acostumbrado pero con la necesidad de decir, aunque fuera bisbiseando, rebatían las monsergas.

Después que el LADA de los amigos los llevaba al aeropuerto, para regresar al horror capitalista, olvidaban las consignas y preparaban el próximo viaje de solidaridad, que los acercaba al ideal. El humor cubano preguntaba ¿compañero, cuándo vienes a vivir con nosotros?

Así ocurre con los artífices del romancero Domínico Haitiano, ese soliloquio que imagina torturas, sueña con horcas y hornos crematorios. Conocen Haití más que los haitianos. Difunden el libreto sin cruzar el Masacre. Cuando lo hacen, no ven la desesperación porque su destino es otro, más cerca del “djon djon” que de las galletas de lodo. Su Haití es el ideado afuera. La miseria sin culpables haitianos, con un demonio identificado, que debe ser destruido: República Dominicana. El azufre los obnubila. La evidencia es fantasía porque amenaza el tinglado y el objetivo es estar en la palestra, siempre.

Indetenibles, pretenden conservar el tema en el ámbito peligroso de la emocionalidad para impedir o retrasar soluciones. Candidez, dicen los cándidos; complicidad, aseveran otros. Servilismo alternativo, vasallaje con nuevo cuño que provee confort. Su travesía no es en yola. La trascendencia la garantiza un libreto que asegura foros, dietas, estadías. Guion que suma a la nomenclatura que exige fidelidad y asigna estatus internacional. Envalentonados, controlan espacios, tuercen argumentos y la cantilena, violenta y excluyente, atrae, pero aburre por reiterativa. Comenzaron con una de las virtudes teologales y se agotó el breviario. Porque la caridad no es de orden público el respeto a los derechos humanos, sí. De un lado está la lástima, del otro está la autonomía de los estados para establecer, aplicar y velar por el cumplimiento de las leyes migratorias. En el canon de los evangelistas de la redención haitiana “in situ”, la soberanía es válida para otros, para nacionales, antigualla, credo de canallas.

La cruzada se estremece luego de las declaraciones del embajador haitiano en el país, Daniel Supplice, previas a su destitución y después de su carta al presidente Martelly. Imputarle al sociólogo diplomático, xenofobia, racismo, sería tan temerario como avalar los prejuicios de Evans Paul o decirle a un cubano que la vida es mejor con libreta de abastecimiento.

Supplice afirmó: “Nosotros somos los responsables de lo que sucede con nuestros compatriotas”. “Si no somos capaces de proveer identificación a nuestros ciudadanos, en nuestro propio país, no veo cómo podríamos haberlo hecho afuera”. Su carta a Martelly contiene el detalle de la acogida dominicana a la emigración. Es un manifiesto imprescindible para continuar la discusión. Además, expresa: “… conozco a nuestros hermanos y hermanas, su amor por la vida, el amor al país, su respeto por los padres fundadores, su orgullo de ascendencia africana, también con su desdén por la verdad y su actitud, a menudo irresponsable, en el manejo de la cosa pública”. Ahora se impone la revisión del discurso piadoso para procurar credibilidad y mantener vigencia.

 

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