Después del Accidente…

Después del Accidente…

Dicen que el consumo excesivo de carne de res vuelve agresivas a las personas porque absorben toda la resistencia de la vaca cuando se niega a ser conducida al matadero. La generalidad de los dominicanos parece apurar desmesurada cantidad de filete, a juzgar por el comportamiento violento, provocador, que exhiben con intensidad cuando chocan o les embisten su vehículo.

A veces el accidente resulta tan aparatoso que destruye totalmente los automóviles pero, milagrosamente, conductores y pasajeros salen ilesos. Ninguno aprecia esta bendición que debe ser motivo de alegría. Unos y otros deberían abrazarse o arrodillarse dando gracias al Creador y celebrando su suerte, pero lo que hacen es iniciar un desafío que produce las heridas y muertes que no ocasionó la coalición.

La semana pasada una vida joven, útil, se fue a la tumba. Su hermano está herido y preso y el chofer de uno de los automóviles involucrados se encuentra baleado en un centro de salud. Chocaron y, según informes, ninguno resultó lesionado, pero se fueron en discusión y ese fue el desenlace. No tengo detalles de cómo ocurrió la contingencia. Me enteré del caso por amigos de la víctima lamentando la pérdida. A José Altagracia Fonter (Chelo), el muerto, le habían celebrado con alegría el cumpleaños días antes y él se encontraba feliz porque después de terminar su casita en un sector muy exclusivo de Santo Domingo, pudo retirarse desde Estados Unidos a vivir en el país, que era su sueño, junto a su esposa y sus dos hijos.

Gonzalo Encarnación, amigo del difunto, refería el caso conmovido porque todos extrañaban la jovialidad con que atiende a los clientes de la óptica donde trabaja. Esta muerte lo mantenía consternado. A su amigo le explotaron la cabeza de un tiro. El contrario fue impactado por dos balazos, le contaron, porque él no estaba.

La tragedia debería representar lección para aquellos que no entienden que los accidentes no son intencionados. Nadie quiere chocar porque además de que todo el mundo desea preservar su integridad física y su carrito intacto, se van las fuerzas, la paciencia, los días, visitando destacamentos policiales, reconstruyendo el suceso, procurando actas, certificaciones, reclamando seguro, visitando mecánicos, revisando documentos y sufriendo la impresión del impacto al que hay que sobreponerse porque el afectado queda con la angustiante sensación de creer que siempre viene una guagua.

Conductores y pasajeros, en su mayoría, se constituyen en jueces y abogados en el mismo lugar del hecho, determinando quien tuvo la culpa y hasta pidiendo papeles mientras los ánimos se encienden generando desgracias que pudieran evitarse con una simple declaración de las partes. Sin llegar a los puños, los pleitos, las provocaciones y amenazas, mejor felicitándose por la dicha de haber quedado sanos y salvos.

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