Es innegable el gran regocijo que hay entre los residentes de Villa Mella con el vaivén del Metro. Se trata de un sistema que de manera definitiva y eficiente ha eliminado los sinsabores que pasaba la gente para trasladarse a los puntos principales de la capital dominicana.
Sin embargo, ahora que este servicio ha entrado en vigencia, al mismo tiempo surgen voces reclamando la solución de otros grandes problemas que dificultan terriblemente la vida a los moradores de esta amplia comunidad.
En Villa Mella no hay agua potable, las calles son un desastre, no hay en la capital un servicio energético más deficiente que el que se ofrece allí, la delincuencia no da tregua y las enfermedades atosigan con las aguas nauseabundas de las cañadas.
Un gran ejemplo es que en menos de un año, con gran sacrificio, nuestra congregación ha tenido que comprar dos generadores eléctricos porque nunca tenemos el privilegio del servicio a la hora de los cultos. Ni por la mañana ni por la noche.
Y para evitar que los delincuentes depreden el templo, los hermanos han tenido que turnar vigilancia las veinticuatro horas de cada día.
El Metro se desplaza con ritmo majestuoso, pero uno no sabe ni qué pensar al ver que lo hace en medio de una oscuridad y de unas precariedades que espantan.
Es un contraste odioso, penoso y de muy mal gusto que el Gobierno y las autoridades deben tratar de eliminar.
La falta de una obra integral, da la impresión de que se pone remiendo nuevo a un trapo viejo y diluido.
Después del Metro, hay mucho por hacer en esta pacífica y trabajadora comunidad.