Destino Manifiesto tropical

Destino Manifiesto tropical

Atrae atención la hábil forma en que el Presidente Leonel Fernández manipula los temas de discusión y análisis en los medios de comunicación. Quizás ríe mientras se discute la probabilidad de que intente reelegirse a pesar del impedimento vigente en la Constitución que él mismo envió al Congreso para discusión y aprobación. Muchos consideran al Presidente como un político que disfruta el constante desafío a la legalidad. No hay ley que se le interponga en el camino cuando ha establecido de antemano su deseo y fijado, en algunos casos, absurdas metas. Aun cuando haya que violar reiteradamente la Constitución y las leyes “e’ p’alante que vamos”. Para avanzar en su disfrute de la ilegalidad le sobran jueces que andan “con la soga a rastros”. Los tiene en la Suprema Corte, así como en la Junta Central Electoral y hasta en los juzgados de paz. Muchos dominicanos que todavía piensan con cabeza propia, suponen que con ese afán de ilegalidad, Leonel nunca saldría del Palacio Nacional por decisión propia ni apoyándose en sus propios pies.

Leonel no tiene oposición. Trata a la dirigencia actual del Partido Revolucionario Dominicano como juega el gato con un débil ratón. Lo logra gracias a que aquellos son improvisados dirigentes que no saben dónde tienen la nariz aunque a veces se afeiten el bigote. Habitualmente, entretiene a esos indigentes con la posible candidatura presidencial de su esposa para distraerlos y que no presten la debida atención a la malversación del presupuesto de la nación ni a la forma descomunal en que ha crecido la delincuencia.

Ahora, Leonel se despacha con una imagen propagandística de tamaño gigante en lugares céntricos de la capital dominicana. El periódico HOY, que recogió en primera plana de su edición del viernes 2 de julio de 2010 una foto del anuncio atribuye a algunos la pregunta: “¿qué significa esta valla?” En ella el Presidente de la República aparece de perfil, apoyando la barbilla sobre la mano derecha, deja ver dos dedos sobre su mejilla: el índice y el mayor. (¿?) Otea el horizonte, iluminado por lo que parece ser un amanecer con el sol ascendiendo sobre un mar tan negro como el del derrame de petróleo en el golfo de México. No podía faltar la bandera dominicana flameando por una brisa, poco probable en un atardecer o en un amanecer. Sólo dos palabras aparecen en la imagen propagandística: “El destino”.

Aún cayendo en la trampa de la manipulación y la discusión intrascendente, la imagen puede tener varias lecturas. Una de ellas es muy preocupante. A sabiendas de que Leonel piensa más en gringo que en inglés o en dominicano se le podría atribuir una insinuación que hace pensar en la doctrina del Destino Manifiesto. Aquella línea de pensamiento del siglo XIX establecía que Estados Unidos estaba destinado a expandirse sin límites en lo que, desde antes de la independencia, algunos puritanos consideraban como designio especial del cielo.

¿Y qué si Leonel de verdad cree ser el elegido y que el destino de la nación sólo puede ser positivo si está en sus manos? Monseñores y arzobispos nunca le faltarán para respaldar ese designio divino. Los que giran alrededor del Presidente y, por supuesto, se han enriquecido súbitamente, piensan que es obvio y elemental, vale decir manifiesto, que el destino dominicano sólo puede estar seguro con él a la cabeza. La historia cuenta que el Destino Manifiesto gringo no se detuvo ante nada para crecer desde el Atlántico hasta el Pacífico. Nunca importaron las miles de tribus originales que desaparecieron violentamente como tampoco se respetaron la vida de otros centenares de miles de vidas para apoderarse de la mitad del territorio de México. Colosales cantidades de sangre fueron derramadas y millones las vidas perdidas, todo en nombre del designio divino del Destino Manifiesto.

Y por ese pensar gringo de nuestro Presidente es que habría que tratar de darle diversas lecturas a la mencionada valla propagandística. Porque no sería Leonel el primero en considerarse “El Destino” dominicano aunque todos los anteriores hayan tenido finales sumamente desagradables. Como aquel que llegó a creerse la consigna de “Trujillo siempre” hasta que encontró la tusa que se ajustaba a su medida.

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