Destrezas salvadoras

Destrezas salvadoras

Se ha dicho que el hombre es el único animal que no tiene “hábitat”. Puede vivir en los polos, en el ecuador, en regiones templadas o calientes, en costas, montañas, desiertos. Se las arregla en cualquier lugar del mundo. Y si salimos de la esfera biológica, de lo puramente natural, veremos que el bicho humano sobrevive dentro de todo tipo de sociedades y organizaciones políticas, lo mismo libre que esclavo. El hombre pasa por regímenes democráticos, monarquías, tiranías; y sigue adelante. Los darwinistas creen que el hombre “se adapta al medio natural”. Los antropólogos culturales están convencidos de que el hombre “transforma el medio” según sus propios requerimientos.

Los esquimales construyen con hielo abrigados “igloos”; los habitantes de los pantanos viven en palafitos. Ni a los esquimales les salen pelos, ni los hombres del pantano se vuelven anfibios. La “adaptabilidad” social parece ser mayor que la capacidad de adaptación al medio natural. La evolución de “las especies políticas” es mucho más rápida que la de los lagartijos que cambian de color; un ejemplo que puede ser usado lo mismo en serio que en broma. Los rusos se acomodaron sucesivamente a los zares, a los comisarios soviéticos, a los mafiosos post-comunistas. El mismo fenómeno se repitió en muchos países de Europa del Este.

En la España franquista, después de treinta y seis años de dictadura, comenzó un acelerado proceso de “deshielo” o “acomodamiento”. Hubo el famoso “destape” sexual y un variado espectáculo de mimetismo político e ideológico. En Santo Domingo, muchos trujillistas “recalcitrantes” se volvieron repentinamente pianistas-violinistas, esto es, marxistas-leninistas, en un torneo general de oportunismo y desfachatez. El olfato politiquero para sobrevivir en tiempos difíciles, cuando cambian los mandos, reclama una explicación fisiológica por parte de endocrinólogos y naturalistas.

Las “habilidades argumentatorias” de cualquier periodista recién llegado de un pequeño pueblo de provincia, sobrepasan con mucho las de un abogado penalista con maestría de la Sorbona. Todos los distingos doctrinarios –acumulados durante siglos- creados por Platón, Aristóteles, Locke, Montesquieu, son asimilados en un abrir y cerrar de ojos por un “activista” político rural. Una admirable sabiduría espontánea le permite orientarse en la confusión reinante; y encontrar los vocablos apropiados para “hacer carrera” o destacarse públicamente.

 

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