La primera vez que vi personalmente a Luchy Vicioso fue en la casa de mi prima Carlota Brinz de Chamoun, no recuerdo el motivo, solo que eran vecinas en la calle Las Mercedes, cercana a La Polvorín, donde vivía esa niña prodigio de voz de matices mágicos, intérprete de canciones populares, cuyo rostro me impresionó, pues tenía una cara demasiado bella y perfecta, con unos intensos ojos azules verdosos que se destacaban con el contraste de la negritud y abundancia de su pelo lacio y los flequillos que adornaban su frente dándole un aire de candor infantil.
En ese entonces tenía unos once años de edad, estaba en los inicios de su carrera artística que luego se prolongaría con décadas de éxitos.
Ella vivía en un hogar de clase media, vecina de Juan Bosch, de las hermanas y sobrinos del político presidente de nuestro país.
Luchy nació en el seno de una familia ejemplar, tal y como fue ella durante toda su vida personal y artística. Se casó muy jovencita con Freddy Beras Goico, una unión que la marcó y que terminó en divorcio, dejando el fruto de dos hijos: Freddyn y Ernesto.
Ya de adulta, entre ella y quien esto escribe surgió una corriente de cariño y afecto, pues siempre supe que Luchy era una mujer muy buena, un ser humano maravilloso, alejada de las frivolidades, no era presumida y sobre todo, nunca buscó en lo material su felicidad, pues ella era muy espiritual tenía una gran fe en Dios.
Realmente, nunca tuvo grandes tendencias como una gran vivienda, vehículos, joyas, nada, Luchy siempre se inclinó por la dignidad, por eso yo la admiraba, para ella el dinero no lo era todo, simplemente para cubrir lo cotidiano.
Pese a que durante 40 años he tratado con la mayoría de los artistas dominicanos, uno de mis grandes afectos fue Luchy, a quien siempre he considerado la más grande intérprete de canciones románticas de República Dominicana por los matices de su hermosa voz, la excelencia máxima…
Desde la lejanía, yo también le lloro, y siento no poder darle un sentido hasta luego.