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MADRID. ESPAÑA. Gran parte de su pontificado, 8 años, Benedicto XVI vivió arropado por la sombra de su antecesor Juan Pablo II, un hombre dueño de un carisma extraordinario y un gran poder como comunicador, entre otras cualidades.

Con Juan Pablo II nació y creció toda una generación.  27 años como sucesor de San Pedro hicieron que muchos jóvenes católicos relacionaran la palabra Papa con Karol Wojtyla, por quien sentían admiración y cariño.

Cuando este cayó en lecho de muerte, miles de jóvenes llenaban la Plaza de San Pedro, desafiando las temperaturas del tiempo, rezando y cantando, en espera de un milagro que le devolviera la salud o, apoyándolo en ese trance de muerte.

Juan Pablo II fue un Papa muy querido, sus constantes viajes, fomentaron la fe católica y aumentaron su popularidad que le permitió  hasta influenciar en conflictos políticos internacionales.

Al ser elegido, todavía era un hombre fuerte, buenmozo. Su rostro dulce, agradable llegó a encantar a católicos y no católicos.  Suceder a un Papa como este, con tantos atributos, entre ellos el mediático, no era tarea fácil, para un sucesor.

En el momento que eligen a Benedicto XVI, un alemán de temperamento aparentemente frío, sin ningún tipo de carisma, delgaducho, con un rostro y una personalidad poco encantadora, no agradó mucho.

Sin embargo, poco a poco Joseph Ratzinger un hombre bueno, de una inteligencia brillante, considerado como uno de los grandes teólogos del mundo, fue dejando atrás la sombra del magnetismo que ejercía Juan Pablo II entre los católicos, y se colocó en un sitial de importancia dentro de la Iglesia y fuera de ella.

Benedicto XVI, quien fuera  la mano derecha de Juan Pablo II, el poder detrás del trono, principalmente cuando su antecesor estuvo enfermo,  finalmente alcanzó gran relevancia, incluso en los jóvenes católicos que le seguían.

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