La gravedad de la pandemia del coronavirus está llevando a los médicos de Italia y España a dejar a un lado principios de moralidad vinculados a su juramento hipocrático, basado en el propósito del bienestar y la salud de los enfermos, que es la base de la ética médica a nivel global.
Las traumáticas decisiones de quién vive, y quién no, han llevado a los galenos y personal sanitario de los mencionados países a medidas extremas que difícilmente muchos puedan superar, pues las escenas cotidianas de mortandad han sido tan infernales que les costará borrarlas de sus memorias.
Los lugares de mayor contagio están colapsados en su sanidad pública y privada, sin que hasta el momento se pueda tener una luz de esperanza en el oscuro túnel viral que ha llegado de sorpresa a golpear a una incrédula y soberbia humanidad.
La falta de camas, de equipos respiratorios, de espacios físicos y personal sanitario hacen que la situación se torne más compleja, caótica; es imposible de cobijar y dar atención médica a todos.
Los más graves llevan la parte más triste y dura, ni siquiera les dejan entrar en los centros hospitalarios. Los encargados sanitarios que tienen la obligación de detectar las dificultades de los contagiados les ordenarán que vuelvan a su casa, donde posiblemente muchos mueran en soledad, sin ayuda alguna. Muy a su pesar, las unidades de cuidados intensivos, tanto de Italia como de España, no niegan que comienzan a dar prioridades a los enfermos que tengan más esperanza de vida.
Los médicos intensivistas recomiendan una guía ética de cómo actuar ante el desbordamiento de los hospitales por el coronavirus, cuyo contagio sigue creciendo, y los médicos se ven obligados, ante dos pacientes similares, a priorizar la mayor esperanza de vida con calidad sin mencionar la edad. Los médicos niegan el rumor y las especulaciones en torno a que dejan morir a los enfermos mayores de edad.
Cierto o no, es una situación que deja muy vulnerable a la población de la tercera edad, cuya tasa de muertes es la más alta.