Al exnuncio Jósef Wesolowski, acusado de pederastia, le vi por primera y última vez durante una charla que dictó en una iglesia de esta capital.
Antes de iniciar su conferencia, se presentó a los asistentes como un manso corderito, un abuelito bueno, protector, como los niños quieren tener, y astutamente aprovechando el carisma y la bondad del fallecido Papa Juan Pablo II, refirió que la gente le decía que se parecía físicamente a él, a la vez que recordaba que ambos habían nacido en Polonia.
Un tiempo después, no muy largo, explotó como una bomba atómica, el hecho de que este Wesolowski, no es más que un lobo disfrazado de piel de oveja, que devoraba niños y adolescentes, todo un vulgar depredador de infantes.
Este perverso que se coló en las filas del clero católico, de seguro arrastra graves problemas psicológicos, pues atreverse a realizar actos tan monstruosos y, a la vez peligrosos, pues en sus andadas, por lugares apartados, oscuros, pudo muy bien perder la vida de manera bochornosa, mientras él abusaba de su condición, ya no sólo jerárquica de nuncio, sino hasta de un simple sacerdote.
El Papa Francisco, en un esfuerzo por tratar de limpiar al clero católico de sujetos similares a Wesolowski, ha mandado a éste a prisión domiciliaria, que podría llevarle definitivamente a una cárcel común, como un preso cualquiera.
La orden de Francisco es histórica, pues es la primera vez que un Pontífice determina un castigo de esta naturaleza para un sacerdote de alta jerarquía o no, entendiendo que no se puede seguir protegiendo a delincuentes como Wesolowski.
Es necesario y obligatorio continuar con la limpieza dentro del clero católico, pues muchos entran a los seminarios arrastrando graves problemas psicológicos que luego derivan en conductas impropias no sólo de un sacerdote, sino de cualquier persona.
Algunos han creído que sus hábitos sacerdotales son una especie de escudo protector que le protege de las leyes criminales que imperan dentro de la justicia de cualquier país.
En los seminarios se debe observar e investigar detenidamente a los jóvenes que ingresan y luego en el transcurrir del tiempo una observación constante de sus conductas, pues no se debe ordenar sacerdote a una persona de la cual se tenga duda, es mejor expulsarla a tiempo antes de que sea demasiado tarde, cuando los daños sean irreparables.
Nos reencontramos el próximo martes.