MADRID, España.- De manera injusta, y a veces cruel, la sociedad tiende a estigmatizar a los familiares de personas que en un momento determinado de sus vidas han cometido acciones delictivas graves escandalizando a toda una colectividad.
Ninguna persona debe cargar con las culpas de otros, ni siquiera en aquellos casos de familiares muy cercanos como padres, hermanos, hijos, pues cada quien es responsable de sus actos en todos los sentidos, para el bien o -desafortunadamente- para cometer acciones indignantes que avergüenzan a cualquiera.
Nadie en el mundo desea tener un familiar criminal, ladrón, pederasta, narcotraficante, violador, en fin, con comportamientos anormales que marcan de por vida a sus parientes con apellidos comunes a ellos, quienes muchas veces son acosados, apartados como si ellos también fueran culpables.
Por ejemplo, hace muy pocos días, un programa de televisión en este país, sacó a la luz pública que el padre de la mujer de un famoso futbolista estuvo preso por formar parte de un grupo que se dedicaba a robar. Sin duda alguna, la información fue divulgada para hacerle un gran daño moral, para humillar a la joven que hoy es protagonista en portadas de importantes revistas internacionales.
Esa bellísima joven, que nunca ha dado un escándalo, tenía apenas cinco años de edad cuando su padre fue tomado preso. ¿Debe ella pagar frente a la sociedad los platos rotos de su progenitor? ¿Se le debe cuestionar? No entiendo por qué desacreditarla, por qué manchar su imagen, si ella nunca ha dado ni un mínimo escándalo. Su único “pecado” es haber sido muy pobre y ser ahora mujer de un millonario. Su dignidad ha sido vilipendiada por la culpa del padre.
De igual manera, cuando es un hijo el que está vinculado a la acción de un hecho grave, no se puede arrastrar a los padres a lo acontecido como si los progenitores fueran también culpables, cuando más bien arrastran la cruz del sufrimiento. Ningún padre o madre desea tener un hijo drogadicto, alcohólico, alguien que pueda llegar a cometer acciones malvadas. No debemos etiquetar, acondicionar a las personas por el mal comportamiento de un pariente, porque como todos saben, la familia no se elige, y es por esto que nunca se debe decir “honorable familia”, pues todas tienen un punto negro. Es mejor decir: “honorable persona”. Y exclamar: “Dios líbranos”, de pasar por el dolor y las amarguras que producen las actuaciones indignas de familiares.