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Situación enojosa

<STRONG>Detalles <BR></STRONG>Situación enojosa

Temor e impotencia son las inquietudes que sienten los conductores de vehículos, sobre todo las mujeres, cuando transitan por las caóticas calles y avenidas de Santo Domingo, al enfrentarse diariamente con  vendedores ambulantes apabullantes,  “limpiadores de vidrios” violentos, inválidos insistentes, mujeres y niños haitianos necios.

Las paradas obligadas ante la señal en rojo de los semáforos,  en esquinas de importantes vías de la ciudad,  resultan estresantes. Adultos y menores se han adueñado de espacios públicos, sin que las autoridades encargadas de proteger a los conductores hagan algo por solucionar esta enojosa situación, más bien se hacen de la vista gorda, y cuando se les cuestiona o se les aborda acerca de este  problema, sus respuestas irresponsables son simplemente  bla, bla, bla y figureo mediático, como en el caso específico de las mujeres y niños haitianos, en el cual pese a que existen disposiciones para recogerlos y,  en caso de los adultos, sancionarlos,  nada se ejecuta,  todo lo contrario, la dificultad va en aumento y los pedigüeños haitianos abundan no sólo en la capital, sino en todo nuestro territorio nacional, al igual que los autobuses repletos de gente de esa nacionalidad que llegan los domingos, en parada habitual frente al edificio de El Catador, a una esquina de la Winston Churchill, lugar que se convierte en ese día festivo en terminal de “camionas” procedentes de Haití, pero las autoridades dicen que “todo está bien…”. Volviendo al tema original, conducir un vehículo en la capital se ha convertido en una odisea originada en principio por un  excesivo tránsito  de automóviles por calles y avenidas que no fueron diseñadas ni construidas para esta alta demanda  que produce atascos continuos e interminables, amén del irrespeto a las señalizaciones, principalmente aquella que indica “una vía”, amén de los pedigüeños, vendedores y los ensuciadores de vidrios quienes alteran psicológicamente a los conductores de forma tal que muchas veces se sienten estresados, cansados y agobiados, sin ni siquiera haber iniciado su jornada de trabajo u otros asuntos cotidianos que necesariamente requieren el desplazamiento por calles y avenidas.

Peor aún,  cuando el acoso de impertinentes se extralimita y se convierte en insultos verbales y amenazas físicas, sobre todo a las que ellas consideran más débiles e indefensas, las mujeres, que son diariamente acosadas y atemorizadas, rompiéndoles los espejos retrovisores, los limpia vidrios y haciéndoles rayaduras a los vehículos.

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