La Navidad es un tiempo hermoso, propicio -especialmente para los cristianos- para demostrar su generosidad y solidaridad con aquellas personas que por diversas causas no pasan buenos momentos con dramas de pobreza, luto, enfermedad y soledad.

En estos días, con bastante dinero corriendo, es necesario recordar a personas que nada tienen, regalarles aunque sea un par de pesos, pues justo en Navidad es cuando más duele no tener nada, ni siquiera para comprar una telera de pan, o escuchar una voz vía telefónica que en soledades tiene efectos maravillosos para quienes la escuchan, pues perciben que alguien se acuerda de ellos en una época tan especial. Son muchos los que muestran abundancia, algo que se percibe en los establecimientos comerciales, una razón que nos sirve de recordatorio para aquellos que no recibieron doble sueldo, pues ni siquiera tienen un trabajo. Debemos compartir, dar, aunque sea una migaja a alguien que no tiene nada, o una familia, un poquito de lo que nos sobra; les aseguro que la felicidad que se siente cuando se ejerce la generosidad, es demasiado satisfactoria.

Vamos a tratar de ser buenos cristianos, no sólo de boca, sino de acciones a favor de nuestro prójimo más necesitado. El mismo Niño Jesús decidió nacer en un pesebre en pobreza total, en un lugar pequeñito, frío y a la vez conmovedor, como un ejemplo de humildad y bondad a la humanidad.

En estos días, dejemos un poco atrás nuestra parte vanidosa, egoísta, para abrir con alegría nuestros armarios de ropas, de alimentos, regalando algo de ello que nos haga merecedores de bendiciones a nuestras mesas abundantes de Nochebuena, la familia reunida en torno al amor del Niño Jesús, quien debe estar presente en cada hogar cristiano, una alegoría de su Nacimiento, no permitiendo que el sentido religioso de las navidades se pierda, y mucho menos, que la figura de Santa Claus siga desplazando a la del Niño Dios. No es un pecado simpatizar con Santa Claus, pero cada cosa en su lugar.