Antes de iniciar esta columna quiero agradecer a mis amigos, quienes se han interesado por mi persona. Gracias, por escribirme y extenderme su preocupación, mostrarme solidaridad y buenos deseos ante la grave crisis mundial del coronavirus, pues pensaban que me encontraba en la hoy golpeada y desolada Madrid, donde he residido en los últimos cinco años.
Gracias a Dios, un mes antes de explotar en España la apabullante crisis originada por el coronavirus, ya había viajado a Qatar, a reunirme con mi hija Emely Ann, su esposo e hijos, lugar donde hasta estos momentos, los casos de contagio han sido leves, aumentando así las suposiciones de que en los lugares cálidos el virus es más benigno, hipótesis que también me alegra por mi querida República Dominicana.
Los días en Qatar transcurren tranquilamente, sin sobresalto alguno, los únicos indicios de la crisis mundial son el cierre de universidades, colegios, centros deportivos, artísticos, culturales, como medidas de precaución.
Las principales vías con buena circulación de vehículos, al igual que el pintoresco mercadillo árabe Souq Waqif, con sus múltiples restaurantes especializados en la deliciosa cocina del Medio Oriente, al igual que su centro financiero rodeado de altas y modernas torres con vista al mar de Arabia, el más grande del mundo.
La gente no ha entrado en pánico; actúa de manera cotidiana, pero es cauta. Los supermercados funcionan con normalidad, y aunque se compra algo más de lo acostumbrado, no tienen temor a la escasez de alimentos, saben que en este pequeño país del Golfo Pérsico, no hay problemas de comida, se abastecen de muchos países, y tienen grandes reservas en almacenes inmensos, pues Qatar es el país más rico del mundo, y puede darse el lujo de tener comestibles provenientes de Inglaterra, Francia, España, Italia, Líbano, Turquía, en fin de lugares de los diversos países.
En medio de este encantador desierto milenario, convertido hoy en un próspero y súper moderno país, mis pensamientos vuelan constantemente a mi querida Quisqueya, considerando y valorando la valentía de miles de dominicanos que acudieron el domingo pasado a votar en las elecciones municipales por sus candidatos preferidos con normalidad, en paz, esperando en largas filas para ejercer el voto, sin importarles el riesgo al contagio del coronavirus, anteponiendo su amor a la patria, a la democracia, por encima del riesgo de enfermar y hasta perder la vida.