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El amor a la Patria

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Exhibir, en  fechas patrias, la bandera nacional  con orgullo en los frentes de nuestras viviendas en una forma de demostrar nuestro amor y fidelidad a nuestro país.

 Sin embargo, la mayoría de los dominicanos continúan  apáticos al respecto, lo que una vez más quedó demostrado durante el pasado Mes de la Patria, pese a la gran campaña que en los últimos años se ha desplegado con la finalidad de exaltar los símbolos nacionales y las figuras patrióticas de quienes fundaron nuestra República.

 Apatía.  Es cierto que este año hubo un mayor despliegue  de banderas, pero no las suficientes, considerando que este símbolo es muy significativo, pues representa a nuestra nación bajo un marco de unidad, y a la vez es un recordatorio constante de los principios e ideales de hombres y mujeres de generaciones diferentes que lucharon primero por la independencia de nuestra nación, luego por la restauración y más tarde por la libertad y democracia.

Es lamentable tanta apatía por una patria, por una tierra hermosa que sus hijos, muchas veces por necesidad, se ven precisados a abandonar, mientras otros la codician y están al acecho para tomarla.

Lo peor de todo es esa indolencia, servilismo e irresponsabilidad que está mostrando gran parte de nuestra sociedad que en diversos aspectos refleja claras señales de deterioro.

 El miércoles pasado, Miércoles de Ceniza dio inicio a la Cuaresma, que es un tiempo de preparación para la Semana Santa, y ese día las iglesias católicas estuvieron  abarrotadas de fieles participando en la tradición religiosa de la imposición de  ceniza, que nos recuerda una fuerte realidad de la que ningún ser viviente ha logrado escaparse: que  polvo somos y en polvo nos convertiremos, un recordatorio que algunas personas no quieren escuchar, pues prefieren continuar pensado que la permanencia en este mundo es eterna y se pasan la vida acumulando cosas materiales con ambiciones desmedidas que al final de su existencia no les servirán de nada.

Conscientes de esto, muchos dominicanos pertenecientes a familias  adineradas han optado dejar a un lado las frivolidades, trabajando a fondo en la espiritualidad y la fe cristiana en nuestro país.

Algunos de ellos han dejado incluso las comodidades de su hogar para convertirse en sacerdotes y  llevar una vida de pobreza en una total entrega a sus semejantes,  tal y como lo hizo aquel joven rico de nombre Francisco de Asís.

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