Independientemente del bombardeo de afiches, de las caravanas insufribles que obstruyen el transito, las concentraciones en las calles, los vehículos con las grandes bocinas que recorren las vías anunciando las “bondades” de los candidatos, los discursos repetitivos y demagógicos, el constante bombardeo publicitario en televisión y demás medios de comunicación,  las campañas electorales tienen, aunque muchos no lo crean, su parte positiva, pues es durante ese tiempo que muchos ciudadanos pueden alcanzar logros para sus comunidades como un simple asfaltado de algunas de sus vías de acceso .

En este período de tiempo bajan las divisas extranjeras como el dólar, se congelan los precios de los combustibles, el de los alimentos que componen la canasta familiar, no te suben la tarifa eléctrica, no estrangulan más a la gente con altos impuestos, limpian bien las calles, y hasta de la noche a la mañana  se crea un parque extraño con gigantescas figuras de animales que los capitaleños ahora le llaman el fuíquiti fuíquiti,  el zooroberto, el del terror o del King Kong.

En tiempo de campaña electoral corre el dinero. Es mucho lo que percibe cada partido político y sus candidatos que a la vez tienen que invertirlo desde una fuerte publicidad que conlleva hasta el pago de opiniones favorables de periodistas o comunicadores, hasta las simples movilizaciones de los supuestos seguidores en los mítines etc.

Durante las campañas corren como nunca las tradicionales fundas que contienen arroz, habichuelas, espaguetis y un pollo momificado que al menos calma el hambre de algunos pobres por un par de días. Algunos candidatos con una mayor posibilidad económica o un respaldo superior de su partido regalan hasta motocicletas para aventajar así a su oponente.

Lógicamente, todo este derroche de “simpatía y nobleza humana”  forman parte del montaje y la escenificación de este circo tan particular que sangra los bolsillos de los ya agotados contribuyentes.