Apenas yo tenía unos 9 años de edad cuando vi por primera vez a Susana Morillo, en la época cuando ella era profesora de piano en la Escuela Elemental de Música, que hoy lleva el nombre de quien fuera su directora, la prestigiosa pianista Elila Mena.
Con el transcurrir de los años, esa primera vez, nunca la olvidé, quizás, porque llamó la atención de mi mente infantil, la imagen de una mujer singular, que extrañamente nunca he borrado de mi memoria, pese a los largos años que han transcurrido desde ese entonces.
Ella era una mujer muy alta, con una personalidad especial, un porte muy elegante que realzaba con su vestimenta distinguida que producía el efecto de no pasar desapercibida, sobresaliendo sobre las demás profesoras
Susana era una especie de esas actrices de Hollywood del cine blanco y negro como Bárbara Stanwyck o Joan Crawford, o como la famosa cronista social Louella Parson.
Durante un tiempo continué viéndola en esa escuela. Nunca me dio clases, pero ella siempre preguntaba a mi profesora Carmen Puesán de Prestol, por mi rendimiento. Posteriormente, durante décadas le escuché recriminarme el haber abandonado mis estudios musicales y, siempre yo le respondía lo mismo, que no tenía talento para eso.
Cuando ingresé al Conservatorio Nacional de Música, ya Susana había dejado el magisterio musical por la crónica en el Listín Diario, donde se convirtió en la pionera femenina de ese género. Ella era la imagen viva de la crónica social, su principal portavoz.
En esos tiempos la alta sociedad dominicana era muy cerrada, solamente estaba formada por un selecto grupo de familias tradicionales de renombre.
Susana tenía muy buenas relaciones dentro de esa clase social lo que le permitió penetrar en ese círculo tan exclusivo y convertirse en su cronista preferida.
Luego de unos años, cuando Susana era una periodista muy conocida, nuevamente me encontré con ella en el Listín Diario, gracias al querido y siempre recordado don Rafael Herrera, quien me brindó mi primera oportunidad como periodista.
En el Listín trabaje junto a Susana durante 15 años, en un mismo cubículo, lo que me permitió conocerla más profundamente.
Ella era una mujer muy culta, pues era amante de la buena lectura y conocimientos de la música clásica.
Susana culturalmente estaba por encima de la mayoría de los periodistas de ese tiempo y de ahora.
¡Paz a sus restos!