Detonantes sociales

Detonantes sociales

La crisis financiera, que para países como el nuestro se traduce en crisis económica, obliga a manejar con sobriedad y precisión variables de alta influencia social. Por eso es juicioso que se piense en una reforma fiscal basada en el recorte de gastos en vez de  nuevos impuestos. Sin embargo, parece que algunos sectores no reparan en la necesidad de actuar con el mismo criterio en lo que concierne a precios, salarios y empleo. Productores y comercio se resisten a bajar  artículos de consumo masivo cuyos costos de producción han descendido considerablemente. Los choferes del transporte público siguen esa misma línea de conducta y una parte del empresariado rechaza aumentar los salarios.

El avance de la recesión coloca en el horizonte  expectativas negativas en materia de empleo. La baja de la demanda de bienes en Estados Unidos obligará a que aquí se produzcan despidos en zonas francas. Las circunstancias están cargando de presión la  atmósfera social y los precios abusivamente altos en artículos de primera necesidad y transporte, los bajos salarios y el deterioro de servicios como la energía eléctrica y la seguridad ciudadana pueden ser un detonante que ponga en riesgo la paz social. Gente importante ha advertido sobre la necesidad de evitar  despidos y  preservar la paz social. Desactivemos, pues, los detonantes gratuitos.

 

Desarmemos las  voluntades

Más que en capacidad de desarmar a todo el que cumple las reglas para tener y portar un arma, hay  que llegar a ser apto para desarmar las voluntades violentas. Una encuesta ha dicho que armas legales han causado la mayor parte de los homicidios. Nadie ha dicho qué proporción representan esas armas entre las portadas legalmente, ni por qué se ataca el legítimo derecho de protección en lugar de la delincuencia.

Con algún género de violencia se está tratando de evitar que la sociedad genere violencia con armas legales. La violencia que se ejerce con armas ilegales es harina de otro costal, pero fundamentalmente del costal que deben acarrear en hombros las autoridades pagadas por los ciudadanos para hacerse proteger. Son estas ironías las que nos mueven a razonar que debemos aprender a desarmar espíritus y voluntades violentas. Las armas y la autoridad pueden ser ofensivas si  las manipula una voluntad en esa dirección.

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