Devaluación del peso empobrece a dominicanos

Devaluación del peso empobrece a dominicanos

[b]-II-[/b]

Regresar al país, poner fin al exilio económico, era un anhelo acuciante durante casi cuarenta años de arduo trabajo en fábricas de Nueva York, entre el rugido de máquinas y la soledad, compensados con una pensión que, aunque en dólares, hoy no resiste el embate inflacionario que agobia a los dominicanos.

Mientras residía en la Gran Manzana, Luis Ernesto invirtió sus ahorros en un apartamento de la avenida Anacaona, en Santo Domingo, compra oportuna cuando apenas despuntaban las empinadas torres, expresión del auge económico de los años noventa y el dinamismo de una industria con una fuerte contracción, frenada por el alza en los materiales de construcción, del tipo de cambio y las tasas de interés.

En retrospectiva, sorprende la elástica relatividad del valor del dinero. Con el inicial que pagó al comprar su apartamento, no se cubre hoy la cuota mensual para el financiamiento de uno similar, actualmente cotizado sobre los RD$20 millones.

El valor de una vivienda típica de clase media, tres habitaciones y una marquesina, RD$65 mil en 1984; de RD$92 mil para 1986, y RD$190 mil en 1988, ni siquiera representa el inicial para adquirirla. El incremento en su costo aleja la posibilidad de enfrentar el alto déficit habitacional, estimado en 550 mil unidades.

Al transitar por la ciudad, entre edificios de apartamentos en los que proliferan letreros de alquiler o venta, Luis Ernesto observa construcciones paralizadas. La causa es obvia: una funda de cemento que en marzo del 2002 costaba entre RD$75 y RD$90, se cotiza en el 2003 a RD$198, mientras el quintal de varilla subió de RD$240 a RD$650.

La inflación sorprendió a constructores en medio de ambiciosos proyectos, torres y plazas comerciales, dejándolos en serios apuros financieros como la que algunos vivieron durante la crisis de 1990-1991, cuando el sector colapsó.

La mayor alza en los precios de cemento, varilla, bloques, arena y otros se produce desde diciembre pasado, promediando a septiembre de 2003 un 45%, de acuerdo con la Cámara Dominicana de la Construcción (Cadocon). La proporción aumenta en octubre, al subir la inflación en 2.59%.

Estos insumos constituyen aproximadamente el 70% de los costos de las viviendas, el resto es mano de obra, que se mantiene congelada. En función de esos materiales, el incremento de una unidad habitacional es de 30%

El alza no se refleja de inmediato en los precios de venta, por lo que al aumento aplicado actualmente, entre 15 y 25%, se adicionarán incrementos de 60 a 70% para el próximo año, según proyecciones de la Asociación de Promotores y Constructores de Viviendas (Acoprovi).

Promotores y constructores estiman la contracción de las ventas en más del 70%, otros entre 50 y 60%, aclarando que la parálisis no es mayor debido a que la desconfianza en los bancos comerciales y la devaluación hacen que muchos prefieran invertir en bienes inmuebles, que ganan plusvalía, en vez de depositar su dinero en una entidad bancaria. Un fenómeno ausente en la crisis de 1989-1990.

Mientras, inmuebles como el de Luis Ernesto, un remanso ideal para su retiro, vista al mar y al parque Mirador, área verde y piscina, se han sobrevaluado. Los apartamentos de la Anacaona, regularmente valuados en dólares, pagan el sobreprecio de la exclusividad de la zona: en una torre recién construida, se ofertan a US$750 mil los niveles bajos, agregando US$100 mil por piso en los más altos. En otro de menor área, valen desde US$400 mil hasta US$1.4 millones un penthause con 800 metros cuadrados.

[b]DUDA QUEDARSE[/b]

Luis Ernesto, ingeniero electrónico, uno de los profesionales que había perdido el país con la fuga de cerebros que la crisis acentúa, retornó tras salir del poder Joaquín Balaguer, cuando se creía que la corrupción gubernamental sería erradicada en la presidencia de Leonel Fernández. No fue así, y durante el gobierno de Hipólito Mejía esa lacra sigue enquistada en los sectores público y privado, permeando todos los estratos sociales. Hoy, siete años después, duda permanecer en el país como había añorado.

–Regresé en 1996 y quiero irme, no aguanto. Yo vivo bien porque tengo una pensión en dólares, pero mi presupuesto se duplicó, ya el dinero no rinde, me alcanza pero como pobre. Es fatal lo que está pasando, increíble que en tres años se deteriorara la situación al punto que la gente no puede vivir.

–Si los precios siguen subiendo ya no voy a poder más y eso es lo que no puedo esperar en este país. Si el dinero me alcanza en Estados Unidos, no puedo imaginarse que no alcance aquí.

Acostumbrado al orden y la disciplina, le perturban el caos político y económico, la crisis institucional, el urticante tránsito vehicular.

–No vale la pena sacrificar tanto, uno sale a manejar y la presión arterial te sube por el desorden del tránsito, y nadie dice nada, no hay un tráfico que corrija al que infrinja la ley, En los Estados Unidos, si cometes una infracción no te la dejan pasar.

Todo eso altera su hipertensión, controlada con un eficaz tratamiento, pero la inflación también se la disloca. Toma dos pastillas diarias de Cozaar, un antihipertensivo en el que gastaba RD$800 mensuales, que actualmente le cuesta RD$2,200.

–El supermercado se duplicó, la compra que se hacía con RD$2,000 ahora se hace con RD$4,000 y hay que estar rellenando, es increíble. La cuota de mantenimiento del apartamento era de RD$1,OOO mensuales y hoy está en RD$2,500. Pagaba hace año y medio RD$800 al mes de electricidad, y la tarifa subió a RD$3,000, uno no puede vivir como vive la gente aquí pensando que las cosas le van a caer del cielo, hay que fijarse en lo que está pasando.

En Nueva York daba seguimiento al discurrir de la economía dominicana, estable y con alto crecimiento a partir de 1992. Desde su llegada al país la inflación no pasó de un dígito: 1996, de 3.95%; 1997, el 8.37%; 1998, de 7.82%; 1999, el 5.18%, y 2000, 9.02%.

[b]RETROCESO EN EL SIGLO XXI[/b]

Aquella noche expectante en que los dominicanos esperaban el año 2000, nada presagiaba que en el umbral del siglo XXI sufrirían una regresión, que uno de los cíclicos reveses económicos les cortaría las alas en su vuelo hacia el desarrollo.

Al finalizar el siglo XX, reactivada la economía con siete años de sostenido crecimiento, el país fulguraba en el escenario mundial como modelo económico. Difícil prever que se avecinaba un desastre financiero sin parangón, )quién iba a imaginar que en el 2003 la economía decrecería y que requeriría una nueva intervención del Fondo Monetario Internacional?

Aquella noche, mientras brindaban por el nuevo año nada auguraba una crisis. El panorama internacional lucía despejado, con una producción bruta de RD$280 millones, el Producto Interno Bruto (PIB) creció en 1999 a una tasa de 8%, la más alta de Latinoamérica. La estabilidad macroeconómica se afianzó y se realizaron o estaban en proceso importantes reformas económicas e institucionales. No había qué temer. La democracia se consolidaba y la prohibición constitucional de la reelección garantizaba la alternabilidad del poder.

No obstante, la inconformidad se alimentaba con la corrupción, los abismales contrastes entre opulencia y pobreza, la privatización y desatención del campo. En pos de cambios, de alguna mejoría, los votos se orientaron en favor de Mejía, que se proclamaba como un «hombre de palabra».

Como en Nueva York, Luis Ernesto seguía el comportamiento económico. Apenas comenzó el año 2000 menguó el crecimiento, desde el 27 de agosto gastaba más en combustibles: el galón de gasolina premium que pagaba a RD$32.50 subió a RD$39.80; la regular de RD$27.90 a RD$34.90, y el gasoil de RD$16.95 a RD$22. A pocas horas, pollos, plátanos y otros productos sufrieron aumentos.

La estabilidad cambiaria se mantenía, la cotización del dólar apenas varió de RD$16.42 por uno en el 2000 a RD$16.69 en el 2001, y los US$1,000 de su pensión le reportaban RD$16,690, bastante para sus gastos, por la baja inflación de 4.38% en ese año.

En el primer trimestre del 2001 la economía mostró signos de retroceso por el alza del petróleo y la desaceleración económica estadounidense, junto a reformas fiscales enfrentadas a la resistencia del empresariado, renuente a pagar el 1.5% del valor bruto de las ventas, incluido en el «paquetazo económico», al igual que el incremento del Itebis de 8 a 12%, entre otras medidas.

El rezago persistió con el impacto de los actos terroristas del ll de septiembre, que dejaron atónito a Luis Ernesto al ver por televisión el desplome de las torres gemelas de Nueva York, por donde a menudo transitaba. El turismo se resintió y se contrajo el flujo de dólares, mientras el gobierno incrementaba el gasto público corriente y de inversión, y caía en un excesivo endeudamiento, innovado con los bonos soberanos. De US$3,657.4 millones en 1999, la deuda externa pasó a US$4,176.8 millones en el 2001.

Paralelamente, develaban actos de corrupción, el escándalo del Instituto Nacional de la Vivienda (Invi) y los desaparecidos cupones del gas propano destinado a los pobres, tras eliminarse el subsidio generalizado que elevó su precio de enero a diciembre del 2002 entre RD$13.32 y RD$21.42 el galón, encendiendo la leña en los fogones de hogares campesinos.

Fomentando el parasitismo, el clientelismo llenaba las oficinas públicas de perredeístas. De 381,604 en el 2001, el número de empleados del Estado aumentó el año siguiente a 402,611, incrementando el gasto público.

La desmedida expansión fiscal determinó tasas de crecimiento de 35% en la inversión real pública durante el 2001, y de 36.6% en el 2002, ocasionando que la inversión privada resultante socavara la estabilidad macroeconómica y creara condiciones muy adversas para el funcionamiento del mercado cambiario.

En el segundo semestre era evidente el deterioro económico, la tasa cambiaria, en enero entre RD$17.15 y RD$17.60 por dólar, varió en junio de RD$17.83 a RD$18, promediando en el año RD$18.65.

La espiral inflacionaria elevaba hasta en 60 y 100% los precios en mercancías importadas y de fabricación local con alto componente externo. Una lata de aceite de soya de 30 libras que se vendía a RD$160 aumentó a RD$324, mientras el de maní registró alzas entre 54 y 63%. Subieron también los precios de la harina y el pan, 100%; leche, 34%, huevos, 50%; mantequilla, 46%; pasta de tomate, 35%; pastas alimenticias, 38%; gaseosas, 33%; y agua de botellón, 27%.

La devaluación persistía, pese a un mayor flujo de dólares con las incrementadas exportaciones, el turismo y las remesas de dominicanos en el exterior, que aumentaron de US$2,027 millones en 2001 a de US$2,188 en el 2002.

La sobredemanda no obedecía a mayores importaciones, por el contrario en baja, sino a la febril inquietud de empresarios y ahorristas por preservar su dinero en moneda fuerte, temerosos de que el peso continuara devaluándose. Un círculo vicioso, la fuga de dólares presionaba la prima, que subió a RD$20 y RD$21 por uno a finales de año.

Todavía no se sospechaba la dimensión de la crisis que sobrevendría, ni imaginaba Luis Ernesto que el dólar tomaría altos vuelos y que la tasa se remontaría a más de RD$40 en los días aciagos del 2003, cuando la devaluación empobrece a los dominicanos.

[b]PRECIO ACTUAL DE MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN[/b]

Varilla de 1/2 –> RD$650.00 (el quintal)

Cemento –> RD$198.00 (funda)

Arena Itabo –> RD$275.00 (el metro)

Cascajo –> RD$175.00 (el metro)

Arena de pañete –> RD$450.00 (el metro)

Block –> RD$14.00 (unidad)

Fuente: [b]ferreterías[/b]

Publicaciones Relacionadas