Sabemos bastante de opresión, pero también de exceso de libertad
La celebración, se explica, se refiere al ajusticiamiento del dictador Trujillo, quien abusó de su poder de modo extremo, e impuso ley mordaza a todos los dominicanos.
Los dominicanos sabemos bastante de opresión, pero también de exceso de libertad.
Conviene hacer un esfuerzo conceptual para referirnos a “los dominicanos”, puesto que somos un producto sumamente híbrido tanto en lo racial como en lo cultural, a pesar de que podemos hablar con cierta propiedad y corrección de “los dominicanos”.
Pero si hablamos de libertad, tenemos que considerar la esclavización y el exterminio de nuestros ancestros aborígenes y africanos. Fuimos (¿quiénes ) librados, libertados de españoles, franceses, haitianos; y varias veces también de los “americanos”.
Y por épocas y especialmente después del tirano, hemos disfrutado abundantemente de la libertad de hablar y opinar. Al punto de que hoy día el problema parece ser que hablamos y opinamos demasiado; especialmente si se piensa que somos un país con demasiados analfabetos y unos índices de educación bajísimos.
Es cuestionable la noción de que tenemos libertad de opinión cuando en realidad no estamos capacitados para opinar sobre muchísimos temas de los que a diario lo hacemos. Pero, sin duda, eso no nos detiene, y creemos que lo estamos haciendo libremente porque nadie nos manda a callar o siquiera nos corrige.
Tenemos libertad de transitar, llenando calles de gentes que, cabe preguntarse, si andan trabajando o buscando empleo tantos automóviles con una sola persona a bordo. (Deberíamos estudiarlo).
Valoramos la libertad, simplemente. Sin preguntarnos qué cosa es y para qué realmente sirve. Sin considerar siquiera las limitaciones e imposiciones que vienen de nuestras leyes, a menudo importadas, y de nuestras propias tradiciones.
La libertad nos hace iguales ante la ley, mas no es cierta, en absoluto, esa igualdad en los hechos. Ni siquiera significa igualdad de oportunidad, de acceso a la educación y a los mejores bienes que nos posibilita nuestra defectuosa democracia.
No obstante, es hermoso saber o, al menos, poder pensar o simplemente sentir y decir, que somos libres. Y, sin duda, no padecemos la odiosa imposición directa y abierta de otras personas, nacionales o extranjeros.
Es verdadera dicha poseer un suelo y un cielo propios. Una cultura propia (¿?).
Nuestro lema nacional pone la libertad como meta principal. Lo cual va mucho más allá del derecho común, de poseer celular y automóvil, o caballo y revólver, como nuestros ancestros.
La libertad pura y simple es solo el punto de partida. Lo que nos hace libres no es un decreto, ni la retirada de opresores extranjeros, ni la caída de una tiranía: Lo que hace libre es la verdad.
Que nos da la oportunidad de saber quiénes somos; para luego establecer cuáles han de ser nuestros propósitos en la vida. Sin ello, todo esfuerzo y ejercicio libertario es vano.
Porque quien no sabe quién es nunca sabrá a donde ir. Ni podrá verdaderamente optar… ni ser libre. Antes de “ser o no ser”, la identidad individual y colectiva es la verdadera cuestión.