“Día de la libertad” (…de qué y para qué)

“Día de la libertad” (…de qué y para qué)

Rafael Acevedo

Sabemos bastante de opresión, pero también de exceso de libertad

La celebración, se explica, se refiere al ajusticiamiento del dictador Trujillo, quien abusó de su poder de modo extremo, e impuso ley mordaza a todos los dominicanos.

Los dominicanos sabemos bastante de opresión, pero también de exceso de libertad.
Conviene hacer un esfuerzo conceptual para referirnos a “los dominicanos”, puesto que somos un producto sumamente híbrido tanto en lo racial como en lo cultural, a pesar de que podemos hablar con cierta propiedad y corrección de “los dominicanos”.

Pero si hablamos de libertad, tenemos que considerar la esclavización y el exterminio de nuestros ancestros aborígenes y africanos. Fuimos (¿quiénes ) librados, libertados de españoles, franceses, haitianos; y varias veces también de los “americanos”.

Y por épocas y especialmente después del tirano, hemos disfrutado abundantemente de la libertad de hablar y opinar. Al punto de que hoy día el problema parece ser que hablamos y opinamos demasiado; especialmente si se piensa que somos un país con demasiados analfabetos y unos índices de educación bajísimos.

Es cuestionable la noción de que tenemos libertad de opinión cuando en realidad no estamos capacitados para opinar sobre muchísimos temas de los que a diario lo hacemos. Pero, sin duda, eso no nos detiene, y creemos que lo estamos haciendo libremente porque nadie nos manda a callar o siquiera nos corrige.

Tenemos libertad de transitar, llenando calles de gentes que, cabe preguntarse, si andan trabajando o buscando empleo tantos automóviles con una sola persona a bordo. (Deberíamos estudiarlo).

Valoramos la libertad, simplemente. Sin preguntarnos qué cosa es y para qué realmente sirve. Sin considerar siquiera las limitaciones e imposiciones que vienen de nuestras leyes, a menudo importadas, y de nuestras propias tradiciones.

La libertad nos hace iguales ante la ley, mas no es cierta, en absoluto, esa igualdad en los hechos. Ni siquiera significa igualdad de oportunidad, de acceso a la educación y a los mejores bienes que nos posibilita nuestra defectuosa democracia.

No obstante, es hermoso saber o, al menos, poder pensar o simplemente sentir y decir, que somos libres. Y, sin duda, no padecemos la odiosa imposición directa y abierta de otras personas, nacionales o extranjeros.

Es verdadera dicha poseer un suelo y un cielo propios. Una cultura propia (¿?).
Nuestro lema nacional pone la libertad como meta principal. Lo cual va mucho más allá del derecho común, de poseer celular y automóvil, o caballo y revólver, como nuestros ancestros.

La libertad pura y simple es solo el punto de partida. Lo que nos hace libres no es un decreto, ni la retirada de opresores extranjeros, ni la caída de una tiranía: Lo que hace libre es la verdad.

Que nos da la oportunidad de saber quiénes somos; para luego establecer cuáles han de ser nuestros propósitos en la vida. Sin ello, todo esfuerzo y ejercicio libertario es vano.

Porque quien no sabe quién es nunca sabrá a donde ir. Ni podrá verdaderamente optar… ni ser libre. Antes de “ser o no ser”, la identidad individual y colectiva es la verdadera cuestión.

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