Día del padre

Día del padre

Este día, dedicado a honrar al progenitor, nos sorprende con una paternidad hundida en su más deplorable crisis, tanto en el aspecto filial como en la vertiente social, en la cual los individuos orbitan en torno a principios y valores que deberían servirles de escudo protector.

Por un lado, el filial, es cada vez más grave el problema de una paternidad que nos ha legado abundantes hijos desprotegidos, sometidos al riesgo de tener que buscar en las calles, en cada semáforo, en cada zafacón, lo que el padre no provee. Son hijos de hogares disueltos, y en el peor de los casos, de hogares que jamás llegaron a ser tales. Son materia prima para la delincuencia y los vicios que cada vez nos azotan con mayor fuerza.

En el plano social la cosa es más grave. Un Estado que ha renunciado a su frágil paternidad sirve de acicate para los padres carnales desentendidos del deber de proteger a los hijos. Una muestra harto elocuente de este abandono es la gráfica que publicara ayer en su portada este periódico, en la cual una enfermera tiene que asistir con un foco de pilas a los médicos que realizan un parto. ¿Acaso el abandono del deber de proveer energía eléctrica a los hospitales no es una sólida muestra de la irresponsabilidad paterna del Estado?

El principal mérito de la responsabilidad paterna es proveer protección y seguridad a los hijos. En el plano filial esto supone dotar de hogar a los descendientes y garantizarles la oportunidad de crecer y formarse sobre la base de idóneos valores morales. En el aspecto social no puede ser diferente.

-II-

Una justa diferenciación en lo que concierne a las vertientes filial y social de la paternidad es que en la primera no hay selección previa, pues ni los padres escogen a sus vástagos ni éstos a sus padres. El concepto social es distinto. Por medio del ejercicio del voto y con apego a prescripciones legales y constitucionales, los hijos escogen al padre que ha de protegerlos, sea que éste de manera expresa haga conocer sus deseos de ser «padre» o porque coyunturas políticas así lo determinen. A esta paternidad previamente concertada no le queda bien ser irresponsable y renunciar, campantemente, al deber de proteger a los «hijos», de proveerles oportunidades de crecer, disfrutar servicios de salud y educación adecuados, tener acceso y medios para una debida nutrición.

Del mismo modo que se censura al padre filial que dispendia el presupuesto familiar en vicios, merece censura el padre social que compromete el porvenir de su pueblo incurriendo en gastos injustificables, endeudamiento excesivo y renuncia a hacer lo que por compromiso debe hacer.

Las vivencias de estos tiempos, con una economía abatida por el mal manejo, con un hoyo financiero que parece incubrible, con abandono prepotente del deber de corregir los entuertos de la luz eléctrica, nos indican que -en términos sociales- estamos ante uno de los casos más deplorables de irresponsabilidad paterna.

Este pueblo ha agotado un segmento tortuoso de su vida democrática, un tramo que fertiliza, con el ejemplo, la ausencia del cumplimiento del deber filial. Nuestro sincero deseo es que los hijos de este Estado puedan revertir en el porvenir cercano esa amarga realidad.

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