"Cualquiera con dos pies que pueda caminar, puede escalar", decía Junko Tabei frente a sus detractores (John van Hasselt/Corbis via Getty Images)
Hoy se conmemora el Día Internacional del Everest, una fecha emblemática que rinde homenaje a la montaña más alta del planeta y a aquellos que han desafiado sus imponentes alturas. Este día celebra el 71º aniversario de la histórica ascensión al Monte Everest por Sir Edmund Hillary y Tenzing Norgay el 29 de mayo de 1953.
Desde aquella épica conquista, el Everest ha atraído a miles de alpinistas de todo el mundo, convirtiéndose en un símbolo de aventura, superación y espíritu humano.
La montaña, conocida localmente como Sagarmatha en Nepal y Chomolungma en el Tíbet, se eleva a 8.848 metros sobre el nivel del mar y sigue siendo un desafío formidable para los escaladores.
El Día Internacional del Everest es también una oportunidad para abordar los desafíos ambientales que enfrenta la región, como el cambio climático y el creciente problema de los residuos en la montaña.
Diversas organizaciones están trabajando en iniciativas para promover prácticas de escalada más sostenibles y reducir el impacto ecológico de las expediciones.
La primera mujer que conquistó el Everest
Cuando a principios de la década del 60 la joven Junko Tabei quiso inscribirse por primera vez en un club de alpinismo en su japón natal, uno de los directivos le dijo sin contemplaciones:
-Las mujeres están para servir el té.
Junko, que tenía 23 años y acababa de graduarse en Literatura, levantó la cabeza desde su escaso metro 47 de estatura, miró al hombre a los ojos – un acto realmente atrevido para la época – y le respondió con determinación:
-Cualquiera con dos pies que pueda caminar, puede escalar.
Así, en 1962, Junko Tabei batió el primero de sus récords, el de convertirse en la primera mujer japonesa en ser aceptada por un club de alpinismo, una práctica deportiva reservada exclusivamente a los hombres.
Primera escalada
Ese día cumplió una meta que se había propuesto cuando cursaba la escuela primaria y una maestra organizó un grupo de escolares varones para realizar una excursión y escalar un monte llamado Nasu, un volcán del parque nacional Nikku, en su Fukushima natal. Al llegar arriba se sorprendió por la falta de vegetación de la cima, un paisaje que la fascinó.
Cuando compartió su plan de “cuando sea grande voy a ser alpinista”, sus compañeros de colegio se rieron de ella.
Si bien la sociedad japonesa de la posguerra había roto con muchas viejas costumbres patriarcales, las actividades vedadas a las mujeres seguían siendo muchas: no solo la práctica de no pocos deportes o el acceso a puestos de importancia en las actividades comerciales y profesionales, sino también la posibilidad de cursar estudios universitarios en las universidades comunes, donde solo se aceptaba a los varones. Si una chica quería estudiar una carrera de grado, solo podía hacerlo en la Universidad de Mujeres Showa, en Tokio.
Allí fue Junko Tabei a estudiar Literatura Inglesa y mientras cursaba la carrera encontró a un amigo al que también le gustaba ir a la montaña.
“Fui un caso excepcional. Sentí una especie de complejo de inferioridad al hablar con acento de Fukushima, porque la mayoría de las estudiantes eran de ciudades.
Tuve la suerte de encontrar un amigo en el campus que iría a las montañas conmigo, así que caminamos juntos muchas veces. Cuando conocí a un grupo de estudiantes varones y supe que estaban en un club alpino, sentí mucha envidia”, contó muchos años después, cuando ya había alcanzado la cima del Everest y las de las montañas más altas de cada continente.