Cada 25 de agosto se celebra el Día Internacional del Peluquero, el cual rinde homenaje a una de las profesiones que contribuye a la mejora de nuestra apariencia física y cuidado personal.
Por eso, hoy le traemos la historia de Max Jara, un joven de 36 años. quien cuenta a Infobae su gusto por la peluquería desde niño.
Su familia anticipaba que iba a ser peluquero porque sus primas le daban sus cabelleras para que las peinara. Eran domingos en familia donde la pasaban en grande.
“Mamá viene de una familia muy numerosa de mujeres, son nueve hermanas y por cada hermana tenés que contar entre entre 3 y 4 hijas que también tuvieron mujeres. Una familia muy matriarcal. En mi casa siempre mandaron las mujeres, eso es otra cosa que lo digo con mucho orgullo viste porque hoy en día se habla mucho del machismo y la realidad es que yo no lo viví porque realmente que en mi casa siempre mandaron las mujeres. La que tenía la última palabra primero era mi abuela”, explicó.
El peluquero recuerda una infancia feliz, junto a sus padres y sus dos hermanos menores. El padre y la madre se dedicaban al rubro gastronómico, tuvieron la concesión de un comedor de un club, también una rotisería y hacían viandas.
Recuerda que su padre iba a buscarlo a la salida de la escuela y él con 10 años, ayudaba a hacer las entregas y recibía propinas con las que podía comprar un alfajor y una gaseosa en el quiosco del colegio, que también compartía con sus amigos.
De chico entendió las responsabilidades de un trabajo. Recibió el ejemplo de sus padres: de ellos aprendió el sentido del esfuerzo. “Yo vengo de una familia económicamente no muy parada.
Al día de hoy puedo agradecer que nuestra realidad es diferente, pero bueno, en su momento era un matrimonio muy trabajador. Como familia siempre nos esforzamos todos, porque la gastronomía siempre fue un rubro muy sacrificado.
Eran muchas horas de trabajo las que mis padres tenían, entonces nosotros como hijos siempre tuvimos que movernos en manada. Siendo el más grande de mis hermanos, fui muy colaborativo”, recuerda.
Sus padres se separaron en su adolescencia, lo que recuerda como “una etapa bastante jodida de la vida”, que pudo atravesar y superar.
Tenía 15 años cuando sintió la necesidad de ayudar en lo económico a su madre. Estaban en una situación crítica, en un año complicado para los argentinos. La crisis golpeaba en 2002.
“Así que un poco por necesidad y otro poco por superación, le dije a mi mamá que quería empezar a colaborar. Y ella confió en mí, como siempre. Siempre fue un gran referente en mi vida, la primera que creyó en mí, me dio el ok para muchas cosas. Y aunque no lo crean, hasta el día de hoy le consulto muchas cosas de mi vida”, manifiestó.
Así fue como llegó a la peluquería de barrio de su gran maestra Nidia, que tenía un cartel colgado en la puerta, buscando asistente.
Luego de aprender todo el oficio, continuó trabajando para un hijo de ella, Jorge, un peluquero muy reconocido en Posadas, con una visión más aggiornada.
Pronto se transformó en su mano derecha. Con él empezó a pisar los primeros sets de televisión y back de desfiles de moda para hacer sus peinados.
“Empecé a tomarle gusto a algo que parecía inalcanzable. Para un chico que veía la moda en revistas y en la tele, de repente, estar metido en medio de eso para mí era un montón”, revela.
Con su pequeña valija de peluquero, llegó su primer viaje a Buenos Aires. Casi como un viaje de egresados, por el entusiasmo. Había llegado a su provincia la productora Ideas del Sur para seleccionar chicas que aspiraran ser Miss Match, nuevas modelos.
En 2005, el equipo de Marcelo Tinelli comenzó a recorrer las principales ciudades de la Argentina, con el scouting a cargo del zapatero Ricky Sarkany y el fotógrafo de la productora, Jorge Luengo.
“Mi provincia siempre fue un gran semillero de modelos, muchas agencias viajaban a buscar caras nuevas. Todas mis amigas eran modelos divinas. De 10 que se presentaron, siete fueron elegidas”, cuenta.
Y como les habían ofrecido llevar acompañantes en un viaje a Buenos Aires, decidieron llevarlo a él en lugar de los padres.
Durante la semana que estuvieron en la ciudad, las misioneras a las 9 de la mañana lucían impecables, maquilladas y peinadas. Y dieron que hablar por esa razón. Las felicitaron y ellas revelaron el secreto. A las 7 de la mañana ya estaban en manos de su estilista.
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Ahí surgió la primera conversación laboral, por parte de Luengo que le quedó picando a Max. Trabajar en Buenos Aires, pero tenía solo 17.
Al poco tiempo, su idea de buscar trabajo en Buenos Aires comenzó a crecer. Su madre lo apoyó y creyó en él. Una clienta que vivía en el barrio de Palermo lo había invitado. Lo que no sabía era que no venía de vacaciones. Se recuerda con una valija y la guía T en la estación Retiro que era “la boca del lobo”.
Cuando le preguntó a su amiga qué peluquerías le recomendaba para conseguir trabajo, le sugirió que fuera a Santa Fe y Callao. A los ojos de Max, esa esquina era como “Broadway”. La suerte estuvo de su lado, tal vez fue su tonada, su carisma porque en su primer intento en una cadena le dijeron que sí.
Ante la inseguridad, porque no sabía que le iban a pedir los porteños, y aún dominando el oficio, se ofreció como asistente: barrió el piso, lavó cabezas, ordenó el salón y asistió a los peluqueros. Sabía que tenía que pagar el casi inevitable “derecho de piso”.
Pero no tardó en hacerse amigo de las manicuras que llegaban a su trabajo, a sus ojos, con el pelo hecho un lío.
De manera que empezó a peinarlas entrando una hora antes al trabajo. Los resultados llegaron a la vista de la dueña del local, que sorprendida lo separó y le dijo: “No me dijiste que peinabas”. -”Sí, peino, corto”. “Al día siguiente se me abrió el cielo. Ella me dio otro lugar”, recordó. Su lugar.
De ahí en más trabajó para otras peluquerías, siempre recomendado por sus clientas y llegó a la peluquería Mala, donde empezó a ocuparse del pelo de las famosas, que frecuentaban ese lugar, como Lali Espósito y la China Suárez. Los días libres lo usaba para tomar capacitaciones. Más tarde llegaron propuestas para hacer trabajos en Río de Janeiro, Barcelona, donde vivió un tiempo y en Ibiza, donde viajaba con frecuencia.
Pero decidió regresar a Buenos Aires pensando en armar algo propio, no quería retroceder. Armó un estudio en un departamento que alquilaba, que era su propia vivienda sobre la calle Paraguay y una vez que volvió a correr la voz, el boca a boca entre sus clientas, armó su primer estudio exclusivo en Las Cañitas.
Como continuaba creciendo estuvo a punto de invertir en una casa chorizo para convertirla en su nuevo lugar de trabajo. Lo había visualizado por el entusiasmo, ya se veía ahí. Pero un día los propietarios se echaron atrás.
Querían vender en lugar de alquilar. Y su pareja, Juan, le dijo “por algo será”. Horas más tarde, se decretó la cuarentena estricta. De milagro se salvó de invertir una actividad que pasó a estar prohibida.
Durante la pandemia vendió kits y ayudó a muchas mujeres a teñirse las raíces a la distancia. Por lo que su presencia fue creciendo exponencialmente en las redes.
Cada vez más clientas estaban interesadas en sus servicios, lo que derivó en apertura de Taller de pelo, un moderna peluquería en Palermo Hollywood.
El local, que fue un teatro under y mucho antes un taller mecánico fue remodelado, conservando sus vigas y más elementos, y de ahí el nombre taller, que se suma a otro espacio en Pilar. Su pareja, un abogado, es su socio.
“Hoy trato de apoyar el trabajo de chicos del Interior en mi salón. Tengo muchos chicos de Misiones, que llegan con el anhelo de trabajar en la capital, quedan trabajando conmigo y hoy son grandes profesionales. También, trato de llevar un poco la peluquería al Interior. Comencé a llevar mis cursos. Hice uno en Misiones, en Corrientes y si Dios quiere, ahora fin de año me estoy yendo al sur.